Para quien tiene supropio infiernoy solo quiere que alguien lo abracey acepte sus demonios.
Se puede hacer mucho con el odio, pero más aún con el amor.
WILLIAM SHAKESPEARE
aiden
¿Ysi El juego de la Araña nofueseel principio de todo?
Como tenga que pasaruna nochemás vigilándolasin poderacercarme hasta ella, sin hablarle ni sin descubrir si es tan interesante como pare- ce desde fuera, meva areventar la bragueta del pantalón. No, tal vez no solo quiera hablar con ella.
Las órdenes de Nikolai son claras. Permaneceralejado hasta que sea el momento. Joder, seme está haciendo difícil. Llevosemanas es- cuchando sus llamadas telefónicas gracias a Álex y no han parado de hablar, tanto ella como esa amiga suya, Cassie, de una fiesta en casa de no sé qué pardillo en la noche de Halloween. Es decir, mañana. Una idea, una mala idea sin duda, meronda la cabeza.
—Estaría bien que dejaras de mirar la puerta de su club como un maldito psicópata.
Lev, amigo mío desde que tengo once años, me observa a través de las hebras rubio pálido que le caen sobre los ojos. Debería cortarse el pelo pronto, aunque noseré yo quiense lo diga.
—Tal vez mireesa puerta así porque es justo lo que soy: un psicó- pata —bromeo.
—Lo que eresesun narcisista de mierda.
—Estoy seguro de que sernarcisista esalgo muy característico de un psicópata.
—Nocreo que eso tenga nada que ver … —Lo veorebuscar en el interior de su chaqueta y extraer el teléfono móvil— . Estoy seguro de que …
Pongo los ojosen blanco y luego enarco unaceja.
—Nome digas que estás buscando las características de un psicó- pata en Google.
Abre y cierra la boca como un pez fuera del agua y acabaporponer cara de hastío antes de devolver la vista a la ventanilla del Jeep.
—No somos psicópatas porque sabemos que lo que hacemos no está bien —digo, a nadie en concreto— . Pero, de todas formas, eso nonos frena, así que tal vez seamos peores que ellos.
Lev chasquea la lengua.
—¿Por qué estamos hablando de esto? Yo solo he venido porque no tienes autocontrol y necesitas que alguien te supervise.
Dejo que una carcajadaroncame salga del pecho mientras esquivo el tema y me concentro en taladrar con los ojos la puerta frente a mis narices. Hace un par de horas que la vi entrar conesapeluca pelirroja corta que la hace verse tan exótica y conun vestido que apenaslecubre los muslos. Que Nikolai me perdone porque, si esta muchacha resulta sersuhija, estoy teniendo miles de fantasías sexuales con ella.
Las horas transcurren sin que suceda nada demasiado importante.
Algunas peleas de borrachos en el callejón adyacente, personas que
aprovechan los puntos sin luz para darse el lote y otras a las que el alcohol las está arrastrando a mejor vida.
—Deberíamos hacer algo, Alina podría estar en cualquier sitio
—refunfuña— . ¿Has conseguido algo al hablar con Rodrigo?
—Ese cabrón sueltala información a cuentagotas —replico.
Rodrigo Coppola, uncerdo dondelos haya. Mereúno con él espo- rádicamente para intentar extraerleel mayor número posible de trapos sucios. Tenemos entendido que están captando a las chicas más boni- tas que entran asus locales con el fin de experimentarcon ellas y usar- las como armas, contra nosotros aser posible. El imbécil ni siquiera sabe a quién le está vendiendo todala información.
—Me siento tan impotente … —comenta mientras aprieta los pu- ños contra los muslos— . Está viva, lo siento en el pecho.
No sé qué decirle, no sé si lo correcto espermitir que siga alimen- tando sus ilusiones de esamanera. Alina llevadesaparecida unaño, y todos sabemos que las posibilidades de que siga vivason escasas, por no decir nulas.
—Haremos todo lo posible por saber qué ha ocurrido con ella.
Mi respuesta no es la que espera, no le infundo más esperanzas.
¿Cómo hacerlo si yo hace meses que las perdí y acepté que mi amiga
de la adolescencia se había ido? Alina Romanova es la hermana peque- ña —por un par de minutos— de Lev, toda una belleza de ojos azulescomo los zafiros, pelo rubio como los rayos del sol yuna apariencia tan fría que congela la sangre. Ambos se quedaron sin padresauna edad
temprana,y Nikolai los metió delleno en su programa para huérfanos.
Desde entonces, hemos sido inseparables. —Parece que ya viene —anuncia Lev.
Levanto la mirada y, efectivamente, Katherine Montgomery acaba de salir de su local con el teléfono pegado a la oreja, hablando con alguien de forma apresurada. Me conecto el auricular al oído y me
zambullo por completo en la conversación que mantiene. Para mi sor-
presa, Cassie Brownesuna chica de aspecto inocente a la que le gusta
pasárselo bien y que está completamente borracha en este momento. Ambos vemos como Katherine se monta en el coche y lo saca del apar- camiento con varios movimientos frenéticos. Cruza por nuestro lado y
creover cómo se quita lapelucaconun gesto brusco. —Parece que tiene que rescatar asu amiga borracha. —Menudo caos de chica.
—Sí, nocreo que fuese alguien conquien te llevaras bien.
Lev es untiposerio, al menos ahora. Esa idea que llevarevoloteán-
dome porla cabeza vuelvecon más fuerza. Lo miro, evaluándolo antes de hablar:
—Cómprate un disfraz para Halloween.
—No gracias, hace aproximadamente quince años que dejé de ha-
ceresetipo de cosas— . Me sonríe con sorna.
—Lo digo en serio. Mañana vamosauna fiesta. Segira en el asiento, encarándome.
—¿A ti se te ha ido la cabeza o qué te pasa? Se supone que no pue-
des presentarte ante ella hasta que te lo ordenen.
—Ya sé que mi caraes difícil de olvidar —digocon sarcasmo—,
pero créeme; lo tengo controlado. Quiero estudiar a mi presa más de cerca.
—¿Presa? ¿Así que lo que Nikolai pretende es que la eliminemos? —Noes eso.
—Os andáis con demasiado secretismo en lo que a ella respecta.
Se cruza de brazos ysevuelve hacia la ventana, claramente molesto porque no lo hemos incluido en todos nuestros planes. Nadie sabe el motivo real de por qué hago lo que hago, y pretendo que siga siendo así hasta que esté seguro de que ella esquien Nikolai cree que es. ¿Me siento preparado para ello? Obviamente no.
Decido que ya es suficiente por hoy y saco el vehículo de las som- bras donde hemos permanecido. Llevoa Lev hasta sualojamiento; un pequeñobloque de apartamentos que, sin duda, es muchísimo menos de lo que él puede permitirse. Si lo deseara podría tener cualquiera de las mejores casas del centro de Seattle; en cambio, seempeña enseguir siendo tan humilde como si no tuviese más de cien dólares en la cuenta. Os aseguro que el número de ceros desu cuenta sobrepasa los siete. Me cerciorode proporcionarlealgunos delos mejores encargos, selo merece.
Sale del coche, despidiéndosevagamente.
—Que no se te olvide el disfraz, no queremos romper el espíritu festivo.
—Maldito pesado —murmura— . No quieres romper el espíritu festivo, pero a mí bien que me estás rompiendo las pelotas con tus tonterías.
Río por lo bajo, disfrutando de sacarlo de quicio.
—Venga, noseas cascarrabias. —Le lanzoun beso con la mano— . Ponte guapo y tal vez incluso consigas dormir acompañado.
Murmura algo más que no alcanzoa escuchary cierra la puerta del
vehículo de un portazo. Decido poner rumbo al hangar, donde posi-
blemente Dimitri se encuentre trabajando. Dimitri es uno de los me-
jores médicos y científicos que poseemos en nuestra plantilla y, justo
por eso, pretendo hacerle unapequeña visita. Lleva meses enfrascado en el desarrollo de un suero que, ahora más que nunca, me llama la atención. Sus propiedadeshacen que quien lo tome olvideun lapsode hasta ocho horas. Algo digno de película de espías, aunque está com- probado que muchas veces la realidad supera a la ficción.
Me adentro por los senderosen mitad de la nada que están rodea- dos de vegetación salvaje y altos pinos que escudan los caminos, ha- ciendo que sea difícil avistarme. Cuando llego al hangar, todo está en una sumida calma. La mayoría deben de estar aundormidos, aunque en cuanto los primeros rayos de la mañana comiencen a incidir en la habitación empezarán de nuevo los entrenamientos. Veo algunas figu- rasen la penumbra; todas de los encargados de mantener la seguridad esta noche. Entro al pabellónanexo al principal, donde tenemos un espacio acondicionado como laboratorio.
Dimitri esuna persona que se concentra mejor por la noche y sé, sin lugar adudas, que lo encontraré despierto entre probetas y micros- copios. El sonido de mis pisadas no losaca desu trabajo, y no eshastaque me apoyo contra la mesacon ambos brazos extendidos que me presta atención, mirándome por encima de las gafas.
—¿Aqué debo el placer? —Vuelve a bajarla vista asu trabajo— . O,
más bien, ¿con qué problema tengo que ayudarte esta vez?
Levanto una de las comisuras en una divertida sonrisa a medias. —Simplemente tenía curiosidad por uno de tus experimentos.
Mi comentario hace que alce las cejascon asombro y sedetenga
para mirarme con una mezcla de incredulidad y socarronería. —Eso es nuevo.
—Solo siento interés por tus progresosconesesuero … ¿cómo de-
cías que se llamaba?
—No tiene nombre, esunsuerodesabrido que consigueborrar lap-
sos de tiempo bastante prolongados. —Tomauna muestra dealgoy la coloca en el microscopio, mientras habla en un tono relajado— . Aún se encuentra en fasede prueba, aunque lossujetos quesehan sometido a él responden de una forma muy positiva. Bueno, de la forma que se espera al menos.
—¿El efecto es inmediato?
—No, es algo que estoy intentando perfeccionar. Los resultados de ahora muestran que las personas comienzan a padecer lagunasunas
doshoras después de haber ingerido el suero. Empieza de maneraleve, luego comienza la somnolencia y acaban dormidos hasta que, al des- pertar, norecuerdan nada. Los efectos se confunden con los del alco-
holy, como nose acuerdan de si han bebido o no, acabanachacándolo auna mala noche.
—Interesante … —Repiqueo los dedos en la mesacon aire pensa-
tivo— . Lo necesito.
—¿Para qué?
—Algo de suma importancia —repongo. —No esun juguete, Aiden.
—Considera que voy a hacer una prueba en masa de la efectividad de dicho suero, luego puedes anotar los resultados.
—He dicho que no.
—Lev y yonos someteremos a él —aclaro, con la esperanza de que
esto arroje buenos motivospara concedermeel favor—. Por favor, Dimi- tri. Si nohago lo que estoy pensandoen hacercreo que mevolveré loco.
—¿Qué se supone que vasa hacer, Aiden? —Conocerla.
Levanta la vista de nuevo, escudriñándome de unamanerasevera y reprobatoria. Debe de pensar que estoy comportándome como un chi- quillo, y sé que así es. Estoy tomando decisiones irracionales y mirando solo por mí mismo. Noes propio de mí ni como líder ni como Volkov. Nosotros somos fríospor naturaleza, analíticosy calculadores. Puede que mi sangreno sealamisma, pero Nikolai meha criadocomo si lo fuese.
No lo recordarás esclarece . ¿Qué sentido tiene?
Ninguno, perome estoy volviendo loco. Aunque sea impulsivo, irra- cional, ilógico. Lo observo jamente . Tal vez dentro de dos días no le vea ningún sentido, pero ahora mismola curiosidadmeestá matando. Si no la has conocido ya esporque sabes que no debes. Suspira profundamente . Tu padre tiene sus motivos para lo está haciendo.
Las cosas tienen su momento y su lugar, sé paciente.
No pidas cosasimposibles, lapaciencia noes mi fuerte. Pues entonces sé racional.
Esa cualidad me falla últimamente.
Sacude la cabeza y, en el fondo, sé que está conteniendo unason- risa. Noes muy normal verme actuar de esta forma. Como norma ge- neral, irrumpo aquí dando órdenes, con elsemblante serioy todo bajo control. Y aquí estoy, a altas horas de la madrugadapidiendo favores como un mocoso deseoso de que le compren caramelos.
Ni tú deberías hacerlo ni yono debería dártelo. Se cruza de brazos y frunce los labios antes de añadir : Pero aceptaré porque es- cucharte así durante días puede empeorarme las migrañas.
Gracias.
¿Para cuándo?
Mañana por la noche.
Supongo que necesitaras un número de dosis considerable; eso me llevará tiempo, pero creo que podré conseguirlo. Comienza a anotar númerosy letrasen un trozodepapel, hablandomásparasí mis- mo que conmigo . Este suerose puede mezclar con cualquier bebida,
ya sea alcohólica ono. Terecomiendo lo primero. Así no sospecharán.
Qué mente tan retorcida bromeo.
Detiene el bolígrafo, lanzándome una mirada letal.
Espero que valga todo el esfuerzo murmura . Debe de ser
toda una belleza para tenerte así .
Me quedopensando. Sí, es toda una belleza. Y no solo es eso; hay algo en la manera en que semueve, la forma en que susojos lo escru-
tan todo, la sonrisa que le sale cuando está conesa chica rubia, que me hace desear saber más de ella. Quiero oír suvoz hablándome amí, no a través de llamadas telefónicas que no debería escuchar.
◆
KATHERINE
Los comentarios sobre esta famosa fiesta no han parado de llegarme desde que comenzó elmes de octubre y, ahora que hallegado, solo de- seo que acabela noche. Cassie revoloteaa mi alrededor, entusiasmada, moviendo las ridículas alas blancas que no dejan de soltar plumas por todos lados. La fresca noche me besalas pantorrillas que mi falda de cheerleader nose molesta en ocultar. Siento la sangreartificial prin- garme el cuello,y medoy cuenta de que me he salpicado las zapatillas blancas. Chasqueo la lengua.
—Venga, alegraesa cara, lovamos a pasar bien. —Cassie me aprie- ta los hombros frente a la entradadela casa donde se celebra la fiesta— . Nunca salimos juntas, disfrutemos de la noche. Por favor, por favor …
Me pone ojitos y hace un puchero que acaba por enternecerme el corazón. Le dedico una sonrisa y la agarro de la mano mientras nos internamos en la bulliciosa fiesta que hace rato que comenzó .
—Algún día tienes que contarme cómo consigues estar preciosa siempre —dice por encima de la música— . ¡Estás preciosa,auncon todala boca manchada de sangre!
—Tú novas nada aterradora —replico, mirando el halo que lleva encima de la cabeza— . ¿Desde cuándo los ángeles son disfraces de Halloween?
—Desde que Cassie Brown lo ha decidido.
El comentario de Jules hace que Cassie se sobresalte, y lohace aún más cuanto este le rodea el pequeño y menudo cuerpo con el brazo. Ella suelta una risita nerviosa y, aunque se esfuerce, el rubor de sus mejillas la delata.
—¿El Joker? ¿En serio?
—¿Tampoco es apropiado para Halloween? —bromea— . No es que una cheerleader sea lo que más me atormente cuando duermo. Apuesto que la mayoría de esta fiesta tendrá otrotipo de sueños.
Ambas le propinamosun puñetazoen el hombro.
—No soy una cheerleader cualquiera, soy Jennifer Check. —¿Yesaes…?
—Una devora hombres. —La voz que respondea la pregunta de
Jules suena tajante, pero a la vez sedosa, invitándote a que la busques.
Levanto la cabezavarios centímetrose impacto de lleno conunos ojos de acero que hacen que mebajeun escalofrío de puntillas por la espalda. Semeencojeel estómago cuando veola intensidadcon la que me contempla en respuesta. Su mirada noes lo único que resalta en él. Lleva una camisa negra desabrochada, revelando un torso de mús- culos bien cincelados y manchados congotitas de la misma sangrear- tificial que la mía. Tiene dibujos y patrones de tinta por los pectorales que nollego a descifrar; el pelo negro como la noche, una sonrisa bur- lona de labios gruesos y carnosos. Sus facciones son duras y perfectas.
Me cosquillean los dedos ante el impulso de acariciarle los pómu- los y comprobar que todo esto noes fruto de mi imaginación. No lo diría en voz alta, pero es evidente que esun hombre atractivo, bello incluso. De untipo de belleza violenta.
—Sí, eso … —confirmo, y parpadeo como una estúpida— . Es de una película.
—Supongo que es muy propio de ti —secunda Jules.
Cassie está tan cautivada como yo mirando a la nueva incorpora- ción. Este levanta unacejaen mi dirección mientras esa sonrisa burlo- nano desaparecede surostro. Gotitas de sangresele resbalan también por la barbilla, bajandoen un hilillo por su cuello.
—Eh… —Me giro hacia mis amigos—. ¿Deberíamos ir a por unas bebidas?
—No te preocupes, ya voy yo. —Cassie sonríe y me lanza una mi- rada traviesa—. ¿Alguna preferencia?
—He escuchado que el ponche de esta noche esuna delicia —dice el desconocido.
—Ponche, entonces.
Incluso Cassie parece estar embelesada por sus encantos. El brazo de Jules se tensa y la rodea con más ahínco.
—Teacompaño, necesitarás un par de manos extra.
El desconocido se aparta, dejándoles el camino libre. Cassie no duda en lanzarme de nuevo una mirada cómplice por encima del hombro. Me quedo a solas con este hombre que, consusola presencia,
ya está haciendo que meretuerzapor dentro. Seacerca un par de pasosmás y siento como si el poco espacio que nos separa estuviese cargado de electricidad estática.
—Soy Aiden, encantado.
Me tiende la mano; cada dedo decorado por un anillo de plata.
Dudo unos momentos antes de apretársela, notando el contraste de nuestras pieles. Su agarrees firme, mi palmaroza la suya y pequeñas durezas me raspan.
—Katherine —respondo.
—Katherine … —Degusta mi nombreen sus labios— . Me gusta. —Es común.
—A mí me pareceun nombre elegante. Y, a la vez, hayalgo en la manera de pronunciarlo que lo hace parecerun nombre peligroso.
Consigue que una risa se me escape. Es un hombre intenso,enig-
mático. O talvez esta seala forma en la que liga con todas. —No soy peligrosa.
—¿Seguro? —Inclina la cabeza al decirlo, conectando su mirada con la mía.
Ahora que estamos más cerca puedo apreciar la espesura de sus
pestañas y hundirme de lleno enesosojos grises y tormentosos. Cap-
to un movimiento por el rabillo del ojo y descubro a Cassie, que camina hacia nosotros con dos vasos en las manos. Murmuro una pequeña despedida antes de alejarme de él para acudir al encuentro de Cassie.
—¿Ocurrealgo? —pregunta esta. —En absoluto.
—¿Lo has notado? Te miraba de una forma …
Agarrounvaso y doy un rápido sorbo antes devolver la vista atrás.
Cuando lo hago, descubro que ya no está . Noto unamezcla de alivio y decepción.
—¿Lo conoces? —pregunta. Niego con la cabeza— . Pueseso ha sido muy intenso, hasta yo notabalas chispas.
—Seguro que iba borracho. —Miro por encima de su hombro,
buscando a Jules—. ¿Dónde está Jules?
—Ahí —señala al otro lado delasala—. Hablando con Mrs. Boobies. Así es como ella serefiere a una de las chicas que no para de inten-
tar algo con Jules, pese a que él nose ve muy dispuesto por todas las
veces que harechazadosalira tomar algo con ella. Merío, bajito,y gol-
peo nuestros hombros para quitarleesa arruguita que le cruza el ceño.
—Venga,vamos a bailar.
La sujeto de la muñeca, y nosdirigimos hacia el bullicio de gente.
Allá donde miremos las telarañas penden de las paredes, las luces de
la fiesta proyectan tonos rojos y escandalosamente blancos que hacen que parezcamos ralentizados en el tiempo. No dudo en beberme el
vaso hasta nodejar gota y, para mi sorpresa, el ponche está más bue-
no de lo que esperaba. Bailamos juntas, moviendo los brazos, dando pequeños saltitos y dejando caer la cabeza hacia atrás entre medio de risas. De vez en cuando,senos une gente; algunos rostrosson fami- liares de las clases y otrosson totalmente desconocidos. Los disfraces hacen irreconocibles a otros tantos. Jules reaparece, uniéndose a no- sotras mientras nos tiendevasos que huelen a vodka.
—Lo siento, no queda ponche. —Se disculpa— . Parece que ha tenido éxito, tu amigo no seequivocaba.
—Noes mi amigo.
Seencoje de hombros, quitándole importancia, y comienza a bai- lar. Muchas veces parece hacerlo al son de Cassie; otras, baila con cual- quiera que esté cerca, bamboleando las caderas al son de los acordes. Los brazos de Cassie caen sobre mis hombros mientras da pequeños saltitos y suelta risitas ligeras. El aroma desu perfume me cosquilleala nariz, merecuerda agolosinas.
—Está detrás de ti —me susurra al oído—, cerca de la entrada, y no ha dejado de mirarnos.
Nosé por qué abro tanto los ojos, pero lohago. Ellasigue bailando
y riendo como si no acabase de decirme nada, y yono puedo frenar
el impulso de girarme. Tal y como Cassie ha dicho, me encuentrosus ojos grises mientras le responde algo sin mucho interés a un chico, cuyo rostrono veo. Rompo el contacto visual cuando siento que me abrumo. No sé aqué viene este calor repentino. El aire que entra en mis pulmones es unamasa caliente que me asfixia.
—Salgo un momento fuera, ahora vuelvo.
Cassie alzasupulgarengesto afirmativoy se deja arrastrar por lama- risma de gente que no para de moverse al son de la música. Megolpeo contra muchos cuerpos conforme luchopor abrirme paso por lapista.
Los dos hombres, Aiden yel misterioso enmascarado, sealzan sobre un escalón que separa el salón que hace de pista de lo que sería el reci- bidor dela casa. Paso por ellado de ambos, intentando que mis ojos no me traicionen. Sorteo a algunas personas más y salgoa la calle, dondeelfrío impacta contra mi piel. El cambio de temperatura conel interior
noes bueno, pero ahora mismo lo necesito. Me abrazo el torso y, en algún momento, comienzo a caminar, alejándome un poco dela casa. Merecorre un escalofrío cuando veo la niebla que descansa entre las lápidas al otro lado dela calle. Esta fiesta es tan famosa porque está en el escenario perfecto. Una fiesta en una casa que descansa justo al lado de un cementerio. Uno de los más antiguos de la ciudad, para ser exactos. Posiblemente hace décadas que nose produce un nuevo enterramiento aquí, y el aspecto de las lápidas es descuidado. No sé porque mis piesme llevan a cruzar la calle y aseguir más allá de las
verjas que en algún momento estuvieron cerradas. Hay vegetación sal-
vaje por todas partes que merozalas rodillas. Mi respiración se espesa frente a mí y forma nubecitas devaho.
A pesar de que el ambiente es aterrador y me pone los vellos de punta,sigo pasandolápida tras lápida. Me tomo mi tiempo en leer los nombres yfechas, viendo que aquí hay gente que lleva más de un siglo
bajo tierra. Tal vez este pensamiento sea feo, retorcido y declare que es-
toy algo perturbada, pero hay belleza en este sitio. Una bellezaoscura. Acabo llegandoauna estructura de dimensiones superioresal resto
de tumbas y de un aspecto deslumbrante. Un mausoleo en condicio- nes un tanto deplorables y que, aun así,sigue rezumando grandeza. Me hace pensar en el mausoleo donde descansan los restos de mi her- mana y de otra persona que no merece que la recuerde. Me siento en- cima de una de las lápidas medio derruidas y contemplo la estructura,
incluso si me hielo de frío.
—No deberías ir a sitios como este sola —dice unavoz a mi espal-
da— . Podrías encontrarte con un imbécil … oconmigo.
◆
CASSIE
Hace unos diez minutos que Katherine salió a tomar el aire y, aunque medebato entre salira buscarla o no, mis ganas de seguir bailandocon Jules me superan. Por el brillo de susojos, sé de sobra que comienza a
estar un poco idoporel alcohol. O puede que… Alejoese pensamiento. —¿Tetraigo otra bebida? —pregunta Jules por encimade lamúsica.
Miro mi vaso vacío.
—Algo sin alcohol.
Asiente, y no tardo en verdesaparecer suespalda entre el gentío.
Algunas chicas de la universidad entablan conversación conmigo,aun-
que yo sé que solo creen que con ello podrán tener un acercamiento con Jules. Nosaben que yo, enese aspecto, soy insignificante; Jules no necesita que me agraden para buscara una chica. Élsimplemente mira a quien legusta y ellas caen rendidas. Es el chico más guapo de todala facultad, y él es consciente.
Me lo paso bien con ellas, bailo de un lado a otro, medejo llevar por la música y por todos los movimientos frenéticos de los cuerpos que merodean. En ningún momento desaparece la sensación de estar siendo observada, y es porque, si me molesto engirarme, veré al chi- co de antes. Podría estar prestándole atención acualquiera, realmente, pero el calor de mi nucame dice que esa mí .
Intento ignorarla sensacióny, alcabode un rato considerable, decido buscar a Jules. Me llevoalgunos codazos en mi lucha por llegar hasta la mesa de bebidas y, cuando consigo visualizarla, ladecepción cae sobre mí como un jarrode agua fría. Nosé qué esperaba. Como he dicho, Jules es el chico más guapode la facultad, éllosabey solo tieneque chasquearlos dedos para tener a quien quiera en los brazos. Es un cliché eso de que el corazónse te parte, pero es verdad. Tienesla sensaciónde que algodentro de ti acaba departirse,haciendo uncrdck que reverberapor cada hueso.
Se me humedecen los ojos mientras veo los labios de Jules desli- zarse por encima de los de una chica que noconozco. Retrocedo un par de pasos, lucho contra el resto de cuerpos que me hacen tamba- learme de un sitio a otro. Doy algunos manotazos, intentando salir de la pista, y cuando llego al otro lado camino sin dirección alguna.
Subo las escaleras, creyendo que encontraré algo de espacio para curarme la desilusión. Mire donde mire hay parejas que se besan y se recorren los cuerpos con caricias pasionales que no paran de recordar- me que la personaa la que quiero nome corresponde. Buscoalgún sitio donde poder llorar sin vergüenza y parece una misión imposible hasta que abro la puerta de lo que pareceserun vestidor. La cierro, y apoyo la frente contra ella, soltando un hipido. Siento el agua caliente desli- zárseme por las mejillas hasta llegara mi boca, donde saboreo la sal de las lágrimas. No sé cuánto tiempo trascurre, pero debe ser el suficiente como para que unavoz decida interrumpir mi momento lamentable.
—¿Estás bien?
Me sobresalto,llevándome lamano al corazón ala vez que me giro. Encuentro al chico dela máscara de Ghostface frente a mí y no puedo evitar que un escalofrío baile por mi espalda.
—¡Jesús! —Suelto una exclamación—. ¿Qué haces aquí?
—Supongo que lo mismo que tú . —Suvoz suena amortiguada— . Necesitaba un sitio donde estar solo.
—Oh, lo siento, ya me voy …
Me giro, nerviosa, peleándome con el pomo de la puerta. Parece como si mis manosse hubiesen vuelto de mantequilla, incapaces de aferrarse a él y hacerlo girar.
—No te preocupes, hayespacio para los dos.
Algo en su tono devozhace que quiera volvermey seguirhablando con él. El hecho de que él parezca haberme observado toda la noche despierta aún más mi curiosidad. Me giro, encarándolo de nuevo, sin decir nada.
—¿No te importa?
—Elvestidor noes mío. —Hay un deje divertido en suvoz.
Hace un gesto con la mano, como indicándome que me ponga có- moda, y él hace lo propio y se sienta en el suelo con las rodillas ligera- mente separas y flexionadas. Llevaunos vaqueros oscurosconalgunas rajas. No hay demasiada iluminación, solo la que viene de fuera y la que proyecta laluna a través de unapequeña ventana alta.
—Me sentiríamáscómoda siveola cara de conquien comparto sitio.
Una risa resuena ensupecho. Es varonil pero melódica. Me quedo esperando a que él se quite la máscara. No lohace, así que el aire seen- rarece. Miro hacia todas partes y veo el espejo que descansa frente amí, los cientos de abrigos que cuelgan de las perchas, los zapatos alineados a la perfeccióny algunos sombreros que descansan en baldas superiores.
—Mequito la máscara si me cuentas porque estabas llorando.
—Eso es vergonzoso … —musito.
—Tal vez use máscara porque meavergüenza que otros me vean —rebate él—. A mí me pareceun trato justo.
Jugueteo con los dedos, escogiendo bien las palabras o, más bien, intentando darles sentido a mis emociones.
—He venido a esta fiesta conunos amigos.
—Yo también.
—Solo que unode ellosmelleva gustando un tiempo … considerable.
—¿Te ha rechazado?
Niego con la cabeza.
—No, nunca le he dicho mis sentimientos en voz alta. Sospecho que él se hace una idea,creo que soy bastante obvia. —Se me escapa una risa triste— . Lo que pasa es que lo he visto besándose con otra.
—Y eso te ha dolido —declara.
Asiento, sin saber si él se percata bien de mis movimientos en esta penumbra. No sé cuántas respiraciones transcurren hasta que escucho el sonido de la tela al rozarse y lo miro para descubrir que se está qui- tando la máscara. Enmudezco. Cualquier palabra que pudiesesalir de mí muereen el momento en el que una intensidad azul me devuelve la mirada. Tengo los ojos azules, pero jamás había visto unos tan bo- nitos como los suyos. Son de un celeste que te atrapa, yla tristeza que veoen ellos me ahoga. El pelo rubio que le enmarca la cara espálido y este le besa las mejillas, quedando por debajo de su barbilla.
—Has mentido —murmuro—. Tu cara noes para avergonzarse. Ahoga una risita.
—¿No? ¿Entonces para qué es? —Para …
Creo que se me tiñen las mejillas de un intenso rojo. Doy las gra- cias por lapoca iluminación que impide que vea mi rubor. En cambio, él está siendo bañado por la luz de la luna que entra por la ventana y su imagenes algo que medeja sin aliento.
—¿Para…?
—¿Por qué meestabas mirando ahí abajo? —pregunto, intentando esquivar el tema.
La distancia entre nosotrosse ha recortado sin que me haya dado cuenta. Sigue sentado, perosu cuerpo parece inclinarse hacia mí .
—Porque eresun ángel.
La respuesta me toma por sorpresa. Pestañeo un par de veces antes de soltar una risita nerviosa.
—Claro, porque voy disfrazada de uno.
—No lo digo por el disfraz. —Las palabras pesan debido asuse- riedad— . Desprendes luz.
—No digas tonterías … —Lo miro por debajo de las pestañas, de formavaga. Siento que me arden las mejillas y que desde hace un rato me encuentro algo mareada. Más de lo que debería tras dos vasos de alcohol. Tal vez nosea buena idea estar aquí .
—Merecuerdas aalguien que conozco —revela.
—¿Deverdad?
—Sí. —Algunosmechones rubiosse escapan haciadelante— . Solo que tú desprendes una luz que ella no. Pareces feliz. Eso me gusta.
—¿Ella? ¿Una chica que es importante para ti? Siento que algo dentro de mí revolotea.
—Sí, llevo mucho sin verla. —Su cuerpo se inclina más hacia el mío y acabamos hablando casi en murmullos— . Me gustaríaveren ella la luz que veoen ti.
Con las piernas cruzadas, siento el peso de su mano al descansar en el suelo cerca de mi pantorrilla. El pulsosemedispara. Medigo a mí misma que estoy loca.
—Estás exagerando, seguro que vasun poco borracho. —¿Tú no?
La proximidad de su cuerpo con el mío es algo que no puede ignorarse. Suespalda opaca cualquier rastro de luz que hubiese con anterioridad, sumiéndonos enuna oscuridad absoluta. Noto su alien- to contra las mejillas.
—Sí … —La respuesta sale entrecortada— . Eso explicaría muchas cosas.
—¿Qué cosas?
Noto un olor a pino cosquillearme la nariz.
—Debería irme a casa, solo quería olvidar lo que he visto.
Coloco las palmas en el suelo, haciendo ademán de levantarme para marcharme.
—Hazalgo que te ayude a superar lo que has visto, algo que te haga olvidarlo.
—¿Porejemplo? —Besarme.
◆
KATHERINE
A pesar de conocerlo de esta noche, hayalgo en suvoz que escarac- terístico y me hace reconocerlo al instante. Con las palmas apoyadas contra el frío mármol, me giro hasta hacerle frente. Me sorprendever- lo tan relajadocon el frío que hace aquí fuera cuando él luce el pecho desnudo y manchado de sangre.
—¿Tú no entrarías en la categoría de imbécil?
Suelta una risa ronca, haciendo que los pequeños vellos en la nuca se me ericen.
—Soy imbécil, pero yo me metería más bien en la categoría de peligroso.
Me cruzo de brazos mientras arqueo unaceja, retándolo a que me demuestre lo que dice. Juraría que veo el brillo de la diversión cente- llear en su mirada.
—¿Peligroso? —Bufo— . Unas manchitas de sangre artificial e ir enseñando tu pecho desnudo noes lo que yo llamaría aterrador.
Baja la mirada hacia sí mismo. Contempla cada hendidura de los músculos bien trabajados que su camisa abierta deja entrever para lue- go volvera mirarme conuna sonrisa de superioridad.
—Sí, laverdad es que parezco malditamente sexy. —Y humilde.
—Exacto, no olvidemos lo de humilde. —¿Qué haces aquí fuera … Aiden?
No responde de inmediato. Se toma su tiempo mientras da unos cuantos pasos en mi dirección, recortandola distancia ybrindándome laposibilidad deverlo mucho mejor. Un mechón rebelde le cae por la frente y los ojos le brillan como si de plata líquidase tratase.
—Buscarte; pensé que lo sabrías, Katherine.
¿Por qué mi nombresuenaerótico en su boca? Parece como si la- miese cada letra, la degustara y la dejara salir lentamente. Pestañeo en un intento por espantar esos pensamientos tan estúpidos de mi mente. ¿Qué me ocurre? Me noto fuera de mí misma; con el cuerpo ligero, pero la mente espesa.
—¿Eres de esos pesados que acosa alas chicas en las fiestas, Aiden? —No, Katherine —dice. Lo tengo justo plantado delante de mis narices, mostrándome lo grande que es en comparación conmigo— .
No suelo ir detrás de ninguna chica, aunque contigo estoy dispuesto a hacer una excepción.
Me levanto de lalápida medio derruida, rehuyéndolo. No ledoy la espalda por mucho tiempo ya que, a pesar de mis burlas, sí es verdad que hayalgo en él que meinquieta y alarma.
—No quiero que hagasuna excepción conmigo, Aiden. —¿Segura, Katherine?
—Deja de decir mi nombre —protesto.
—Como quieras. —Levanta las manosa la altura de supecho en un gesto pacífico— . Pero yo te pediría que nodejes de decir el mío, suena bien si lo pronuncias tú .
De repente el calor en mis mejillasse intensifica, y no solo por el alcohol. Está jugando conmigo, así como lo hace el gato con el ratón. No sé en qué momento he echado a andar para poner distancia entre ambos, pero ahora mi espalda está contra la puerta suciay polvorienta del mausoleo.
—No te he visto antes en ninguna de estas fiestas, ¿estudias aquí o solo estás de pasada?
—Estudio aquí .
Se mete las manosen los bolsillos de los pantalones mientras se acerca con paso airado. Una pequeña brisa sacude las copas de los árboles y hace rodar algunas hojas secas. Me abrazo a mí misma para paliar el frío.
—¿Qué estudias? —prosigo. —Psicología.
Contraigo el rostro, confundida.
—No te he visto nuncaen la facultad. —Tranquila,meverás.
—¿Sabes? Comienzas a caerme un poco mal.
Vuelve abrotar esa risa de él mientras sacude la cabeza y sepellizca ellabio inferior entre sus dedos. La gravilla cruje cuando camina hacia mí y cuando estamos aescasos centímetros, me comienza a cosquillear por debajo de la nariz el olor a menta intensa y algo así como la ma- dera … el sándalo.
—Pues tú a mí me caes muy bien.
Apoya las manosa ambos lados de mi cabeza y sereclina conuna sonrisa dibujada en sus labios carnosos, regalándome la imagen de una hilera de dientes perfectos. Sus colmillos parecen los de un depre- dador, y laverdad es que el disfraz leva perfecto.
—No entiendo por qué, no te he dado motivos.
—Esa mirada traviesa. —Me da untoquecito sobrela nariz— . Me encanta, es mejor cuando la ves de cerca— . Me quedo sin palabras, totalmente incrédula ante lo que estoy viviendo, ¿cuántas probabilida- des había de acabar enun cementerio durante la madrugadacon un chico sexy y que es totalmente consciente de que lo es? —Además tusintentos por reprimirte meresultan muy monos, esa lengua afilada y esos aires insufribles son atractivos.
—¿Todas esas conclusiones las has sacado en una noche? —Doy unas cuantas palmadas— . Bravo, simplemente brillante.
Seencoje de hombros como queriendo decir «¿Qué puedo decir? Soy malditamente genial» .
Aun así, hay algo que me obliga a permanecer aquí, acorralada entre sus brazos. Despierta mi curiosidad y me hace quererseguir ti- rando del hilo para ver hasta dónde puede llegaro hasta dónde puede sorprenderme.
—Y tú, ¿has sacado alguna conclusión, Katherine?
Su aliento es fresco, mentolado y acaricia levemente mis labios al hablar. La proximidad hace que los dedos de mis manos se engarroten y, como dije antes, siento mi cuerpo ligero y como si no me pertene- ciera. No he bebido tanto como para estar así .
—Hellegado a laconclusiónde que … —digoy susojos me miran con interés y expectación— … eresun capullo.
—¿Se te suelen erizar los pezones con todos los capullos que te cruzas? —¿Q-qué?
Su mirada desciende,escrutando mi cuerpo lentamente, y se detie- nen justoen mis pechos. No dudo ni un solo segundo en comprobar que, efectivamente, la tela de mi disfraz de cheerleader no puede disi- mular la evidencia.
—Es por el frío. —Me cubrorápidamentecon los brazos y aparto la vista hacia cualquier punto que nosea él. La parte racional de mi cabeza me dice que coja el camino y me marche. ¿Por qué no lohago?
—No te vas porque notas la misma atracción que yo.
¿Acaso he hablado en voz alta?
—No sé de qué atracción hablas.
Mis brazos siguen firmemente a mi alrededor, como si fuesen un escudo entre él y yo.
—Joder, sí que lo sabes. —Seacerca más amí, de forma que su pecho presiona los brazos que rodean el mío— . Mírame a los ojos, niégame que no lo sentiste desde el momento en el que nos vimos.
—¿El qué? —Mehago la tonta.
—Creo que es algo que seexplica mejor con hechos.
Arrugo el entrecejo, escrutándolo con la confusión claramente re- flejada en el rostro. Mesonríe, con lo que creo que esuna sonrisa sin-cera, y entonces veo cómo se aproxima a mí . Es algopausado, tengo el tiempo suficiente como para frenarlo y marcharme, perome manten- go en el sitio, ansiosa,a la espera.
El primer roce de sus labios sedosos contra los míos es como un chispazo de corriente directo a mis venas. Al principio,semueve de una forma pausada y tentativa. Poco a poco, mi boca respondecon fe- rocidad. Su lengua me acaricia el labio inferior suavemente, pidiendo permiso. Sedespierta un lado salvajeen mí que no puedo controlar; me encuentro desinhibida y sin intenciones de refrenarme. Respiro contra su boca para llenarme los pulmones de aire nuevo mientras sus dientes tiran de mi labio inferior. Cuando vuelve a besarme me parece sentir sangreensu lengua, y esome hace reprimirun jadeoen la garganta.
Susmanos dejan de acorralarme para hundirse en mi pelo. Mis dedos se pasean, dudosos, sobre supecho, que irradia un calor que calienta mi cuerpo hasta ahora frío. Suben por su clavícula hastallegar asumejilla, donde la barba incipientemeroza la palma. La acuno y lo invito a que siga devorando mi boca.
Pasa un rato hasta que nos separamos de nuevo para buscar aire. Nos miramos, ambos con los labios rojos e hinchados.
—¿Lo has notado? —pregunta conese brillo en la mirada.
—S-sí .
Aunme cuesta hablar con normalidad.
—Deeso es de lo que hablaba. —Me sujeta la cara entre las ma- nos—. Y, maldita sea, es jodidamente bueno.
Estampa su boca contra la mía, ahora sin ninguna suavidad. Mi lenguase mezcla con la suya en unvaivén erótico; su cuerpo presio- na el mío hasta encajaren las partes correctas. Mis pezones —esos traicioneros que parecen excitarse ante la presencia de un capullo sin precedentes— rozan supecho; y mis manos, tan curiosas como siempre, serpentean por él hasta llegar asus hombros, donde hago desaparecer la camisa desabrochada.
Esta cae al suelo sin hacer ruido, solo se escucha el sonido de nuestras bocas luchando por dominar al otro. Recorrocon la vista los trazos de tinta, dibujandosus contornos. Él me sujeta por las corvas de las piernas, obligándome a que le rodee la cintura con ellas. Acabo aún más arrinconada contra la puerta del viejo mausoleo y siento como la dureza que crece entre sus piernas megolpea por encima de
la ropa interior que mi falda nose molesta en ocultar. Jadeo contra su boca cada vez que se presiona contra la tela de mi ropa interior, e incluso comienzo aavergonzarme cuando soy consciente de que me humedezco.
—Creo que este sería un buen momento para que me detuvieras —dice mientras baja por mi barbillahastadarcon la curva de mi cuello y mordisquearla.
Sí, sería buen momento si no tuviese un puto incendio dentro del cuerpo y lashormonas haciendo triples mortales dentro de mí . En res- puesta asu comentario, empujo mis caderas contra lassuyas. Entonces me mira, evaluando sí estoy segura de lo que quiero. Escucho ruido a mi espalda, un jugueteo de dedos y luego un vacío. Cuando la puerta se abre dejo escapar un gritito de la impresión.
—¿Estássegura?
Noto sus manos aferrarse a la carne de mis piernas mientras nos conduce al interior.
—Creo que sí .
—Nome vale que lo creas. —Suvoz es melosa, hipnótica— . Ne- cesito que estés segura porque una vez cierreesa puerta nocreo que pueda parar.
La miro durante un segundo y luego observo surostro. Acaricio el filo de su mandíbula antes de bajarun poco la cara hasta encontrarme consu boca. Le apreso los labios comorespuesta asu pregunta. Estoy segura. Quiero hacerlo. Hayalgo en él que tira de mí; como dijo antes, pude sentir la atracción desde el momento en que nuestras miradas se cruzaron.
Empujando de nuevo mi espalda contra la puerta, la cierra. Oigo cómo esta queda encajada, y entonces los labios de Aiden se mue- ven contra los míos, famélicos. Memuerde, me lame y me succiona mientras una de susmanos se desliza por debajo de mi falda. Su calor en contacto con la piel fría de mis muslos es placentero. Prosigue su camino hasta rozar el borde de mi ropa interior, y se detiene justo ahí, como si estuviese pidiendo permiso. Levanto la cadera contra sumano y siento como ríe contra mi boca. La suavidad de su palma abraza mi sexo, rozándolo por encima de la tela, y el gesto consigue que jadee contra su boca. Hace movimientos lentos hacia arriba y abajo, acunando mi sexo por completo y acariciando mi clítoris con supalma.
—¿Así? —Su boca baja por mi garganta hasta llegara la clavícula, donde siento que roza mi carne y la acaricia con la lengua— . ¿Así es como te gusta, pelinegra?
Me siento totalmente fuera de mí. Noes la primera vez que tengo una aventura de una noche, pero jamáshabíasido algo tan electrizante. Lapresión desupalma contra mi clítoris sealigerahastadesaparecer, y no puedo evitar lanzar un gruñido de protesta.
—Te he hecho una pregunta. —La aspereza de su barba de un par de días me raspa la mejilla cuando habla junto a mi oído, haciendo que la dureza de mis pezones sea insoportable— . Respóndeme.
Su pulgar cubre ese punto cargado de nervios que late como si fuese mi propio corazón y lo estimula, trazando suaves círculos que provocan que medeje caer hacia atrás y suelte ungemido.
—No te oigo, Katherine.
Mientras supulgar me tortura, otro de sus dedos baja para jugue- tear con mis pliegues por encima de la tela, separándolos levemente. Mi cabeza giraa todavelocidad como consecuencia de las sensaciones que seagolpanen mi interior. Me da una de cal y otra de arena, bajan- do y aumentando la intensidad de sus caricias.
—Sí,joder, justo así —digo mientras mis manosse hunden en su pelo—. No pares, por favor.
—¿Vasa rogar por más, pelinegra?
Traza lalínea de mi cuello conel filode la lengua. Latela que hasta ahora separabasus dedos de mi zona más sensible desaparece de un simple plumazo, y ahora la sensación de calor cuando sumano opaca mi sexo se incrementa por mil. El aire contenidoen mis pulmones sale deformavergonzosa cuando lo noto frotarse contra mí y, en respuesta, memuevo para sentirlo por completo.
Juguetea con mi humedad, expandiéndola por todo mi sexo y hu- medeciéndose sus propios dedos con ella. Cada movimiento hace que mis terminaciones nerviosas manden descargas hasta la punta de mis pies; aunque eso noes nada comparadocon lo que siento cuando dos de sus dedos entran dentro de mí .
—Quien diría que la niñita de papá semojaría tanto enun sitio como este —ronronea.
Loveo descender consu boca por mis clavículas,lamiendo el arco de mis pechos y tirando consus dientes del material de mi camiseta hasta dejar escapar uno de mis pezones. El calor de su lengua juguetea
con él conformeAiden traza un pequeño circulo alrededor dela aureo- la y luego lo mordisquea con delicadeza. Le clavo las uñas en los hom- bros, me aferro aún más asus caderas con las piernas y lo atraigo de tal manera que acaba completamente enterrado. Mi canal se contrae entorno asus dedos, mojándolos de una forma bochornosa mientras estos salen y entran en mí, y me tortura el pezón con la boca.
Abro los ojos y me fijoenlaslápidas del mausoleo que nos rodean. Soy unasucia, una inmoral por estar haciendo esto aquí entre restos mortales. Si pensaba que habría un sitio para mí que no fuese el infier- no, acabo de perder cualquier esperanza.
El tirón que siento en el bajo de mi vientre me avisa de lo que se avecina.
—Voy a … —gimoteo. —Córrete, pelinegra.
La fricción se hace más fuerte cuando aumenta la velocidad, cur- vándolos dentro de mí hasta presionar el punto que me lanza a la lo- cura. Lavisión seme llena de puntitos blancos, clavo los dedos en sus hombros con tanta fuerza que temo hacerledaño, lascaderas yel nudo en el estómago se contraen. Cuando el subidón del orgasmo seretira lentamente, las piernasse me vuelven flácidas. Retira sus los dedos y los conduce asu boca, donde los lame sin apartarme la mirada. Un fuego me calientalas mejillas mientras él saboreala humedad.
—Dime, Katherine, ¿qué quieres ahora? —pregunta unavez se los saca de la boca.
Aún lucho para que mi respiraciónvuelvaala normalidad. Con el cuerpo tan sensible, no puedo ignorarla dureza que se interpone entre nosotros. Si susdedosme han hecho esto, ¿de qué más seríacapaz? Me relamo los labios un poco secos antes de responder:
—Quiero más.
—Menos mal —dice conun hilo de diversión en lavoz— . Porque hubiese muerto aquí mismo si nome dejas follarte.
Susmanosme agarran de las nalgas, asegurándose de que mis pier- nas vuelven a rodearlo con fuerza. Unamanoviaja hasta el bolsillo de su pantalón, yescucho el sonido deunenvoltorio. Susmanostrabajan con rapidez para ponerseel preservativo, y no tardoen sentir el frío del látex contra mi entrada.
—Este es buen momento para que confieses si te estás guardando para el matrimonio.
—Eres idiota. —Golpeosu hombro. —Un idiota con suerte.
Sella mi boca con la suya mientras noto cómo presiona y se in- troduce lentamente. Mi sexo lo recibe, no sin protestar un poco por su tamaño. Repite la acción un par de veces asegurándose de que me acoploa él antes de tomar un ritmo más constante. Nuestros pechos se encajan y se rozan con cada movimiento que producen sus em- bestidas. Enalgún punto, Aiden comienza a dejarse llevar, revelando su naturaleza más salvaje. Los empellonesse vuelven más fuertes; mi canalse contrae alrededor de sumiembro, que mellena por completo; los gemidosroncos que salen de sugargantay que muerenen mi boca hacen que lapielse me erice más.
—Pídeme que pare si sientes que te duele —dice con lavoz ronca.
Al principiono sé aqué serefiere hasta que noto cómo se clava de forma profunda dentro de mí . La puerta que nos sirve de soporte co- mienza a protestar con la fuerza con la que entra en mi interior. Agarro sus hombros con las manos para no escurrirme entre sus brazos. Mis pechos acaban por salirse por completo, quedando a la altura de su boca. No duda en atrapar uno y succionarlo mientras su lengua le da suaves toquecitos.
—Joder —exclamo, rodeándolo condesesperación— . Aiden …
Clava los dedos en mis nalgas mientras me embiste. Sus dientes mordisqueanun pezón antes de pasaral otroy darlelamismaatención. Vuelvoa contraerme y Aiden, al notarlo, comienza aaplicar fricción contra mi clítoris. Estoy cerca, pero Aiden vuelvea torturarme cuando saca su miembro, haciéndome sentirme vacía. Me sujeta como si no pesara absolutamente nada hasta bajarme frente a una gran mesa de mármol. Está llena de polvo y pétalos secos.
—Agárrate.
Obedezco automáticamente, aferrándome al borde del mármol. De mis labios se escapa unquejido cuando vuelve a introducirse de una sola vez. Su cuerpo y el mío forman sonidos sucios cuando sus caderas impactan contra mis nalgas. La humedad entre mis piernas noes algo que pueda disimulary comienzo a pensar en si siento cierta excitación en acostarme con desconocidos en sitios santos. Con una manoen mis costillas la otra masajeándome el clítoris, permito que entre y salga de mí con rabia hasta que todo mi cuerpo se estremece con cada embestida. No sé cuánto tiempo pasamos jadeandocomo
animales antes de que el nudo de mi estómago se haga más y más grande y note el tirón antes de correrme.
—Katherine …
Pocodespuéssusempellones pierden constancia, y la respiración de Aiden se acelera contra la curva de mi espalda. Suelta ungemido ronco que acompaña asu liberación. Sigue dentro de mí el tiempo suficiente para que nuestras respiracionesse acompasen y mis piernas dejen de sergelatina. Cuando me estabilizo, megiro y lo veo abro- charse el pantalón y sentarse en elsuelo,a donde no tardo enseguirlo cuando me agarra de la mano y me arrastra hasta suregazo.
Sus dedos apartan el pelo que se me ha pegado a las sienes. —Eso ha sido …
— … unalocura —completo.
—Ha sido la mejor locura de mi vida entonces.
—Eresun exagerado. —Le golpeo antes de apoyar la cabeza entre su cuello y su hombro.
—Pelinegra, no exagero cuando digo que me moría de ganas deha- cer esto. Y no hablode follar, hablodelhecho de follar contigo. —Hace hincapié en la últimapalabra—. Tal vez follar no seala palabra adecua- da, pero es lo que yohago.
—Suenasun poco lunático —digo, mirándolo un poco confundi- da— . Acabamos de conocernos, no puedes decir cosas como esa.
—El problema es que yono acabo deconocerte —confiesa. Yofrun- zo el ceño— . Llevo meses sabiendo de tu existencia, aunque tú no de la mía.
De nuevo esa sensacióndenopertenenciacon mi cuerpo mesacude de nuevo. Me siento pesada, mareada, como si estuviese muyembriaga- da. La mano de Aidense posa en mi espalda, manteniéndome erguida.
—Eso da mucho miedo, ¿sabes? —Intento bromear— . ¿Estás insi- nuando que eresun acosador?
—Acosador no, más bien soy un cazador que estudia bien asus presas antes de cazarlas. —Rozasu nariz contra la curva de mi cuello mientras sus palabras cosquillean sobre mi piel— . ¿Ahora sí me tie- nes miedo?
Su pregunta hace que un escalofrío baile por mi columna. —¿Debería?
—Claro que sí, te lo advertí desde un principio. —Acaba con su cara a centímetros de la mía,rozándome— . De hecho, nuestros
caminos se volverán a cruzar, tal vez tarde un poco, pero pasará . Iré a verte y te pediré un favor; no a Katherine, sino a la Araña —aclara, y el corazón se me detiene durante un segundo— . Y, des- de ese momento, es muy posible que nades en aguas pantanosas, pero yo estaré contigo. Siempre dos pasos por delante, observando tus movimientos. —Me mira de una forma tan intensa que hace que mepierda ensusojos tormentosos— . Porque yo te veo Kathe- rine, mejor que cualquiera que afirme conocerte, yyo sé que te estás frenando.
Siento la urgencia de escapar de aquí . Me levanto con prisas de suregazo, recolocándome la ropa en su sitio. Debo alejarme de esta
persona. Sabe quién soy y lo que hagoen mi club.
—Te equivocas de persona —refuto, inútilmente— . No soy esa Araña de la que hablas.
—Bueno, es posible que ni tú misma sepas bien quiéneres.
Con cada palabra que sale de su boca me confunde más, así que corro hastala puerta para alejarmede él. Luchoun poco con esta, que parece haberse quedado bien encajada. La mano de Aiden aparta la mía y me abre, demostrando que me supera concrecesen fuerza. Lo miro una última vez, ahoraviéndolocomolo que meadvirtió que era, alguien peligroso.
—Por cierto, mi nombre completoes Aiden Morozov, intenta re- cordarlo para que las cosas sean más fáciles.
Salgo del mausoleo, y el aire frío que dentro parecía no existir me golpea. Sorteo las lápidas, me raspo las piernas con las hierbas altas que han crecido porque nadiesehamolestado en arrancar y atravieso la carretera de regreso a la fiesta.
Trato de encontrar a Cassie poniéndome de puntillas, aunque sea para divisar las ridículas alas de plumas. No la localizo por ninguna parte y acabo dando vueltas sobre mí misma. Vuelvo a sentirme observada y creo que voy a encontrarme de nuevo a ese tal Aiden. En su lugar, veo a un chico de cabello negro apoyado contra las escaleras. Lleva el rostromaquillado de esqueleto y sus ojos son totalmente negros, como pozos sin fondo. Me inquieta, así que lo que hagoes apartarme de él todo lo posible mientras él sube las escaleras.
Cada vezme pesa más el cuerpo y, de hecho, norecuerdo bien ni cómo hemos acabado en esta fiesta Cassie y yo, ¿Jules también
vino con nosotras? Uno delos espacios de un sofá se queda libre y lo ocupo, recostándome contra él. Me pesan los ojos, mucho, mucho, mucho …
◆
LEV
Es cierto que estoy un poco borracho y esome hace tener la lengua más suelta, aunque seguramente me sienta tan confuso como ella. El ponche de la fiesta lleva el suero desarrollado por Dimitri y que el cabrón de Aiden se ha encargado de traer. Nosotros tomaremos nuestra dosis una vez salgamos de aquí, así que mi poco filtro e irracionalidad tiene más que ver con el alcohol puro que he estado bebiendo toda la noche de la pequeña petaca de mi bolsillo.
—No voy a besar aun desconocido —afirmacon voz nerviosa el angelito que tengo aescasos centímetros. Suvoz, que se eleva un poco al final de la frase de una forma chillona pero adorable, me hace reír.
—Entonces, ¿si te hablo de mí y dejo de serun completo descono- cido me besarás? —Alzo unaceja, pese a que ella no puede verme en
la oscuridad.
—Rotundamente no.
—Veamos, ¿qué quieres saber?
Jugueteo con los dedos de la mano que tengo apoyada en el suelo hasta que rozo sin querer el dorso dela suya y siento como suelta una bocanada entrecortada de aire. Su aliento huele a chicle de fresa. Dul- ce y afrutado, parece irle como anillo al dedo.
—Tu nombre estaría bien, para empezar —dice tras carraspear, nerviosa.
—Lev Romanov, encantado de conocerte. —Le estrecho la mano con fuerza notando, como su nerviosismo se incrementa— . Ahora es cuando tú me contestas con tu nombre.
—Lo siento, que despistada soy. —Suelta una risita alegre— . Me llamo Cassie.
Cassie sigue sin soltarme, y nopienso ser yo quien le pida que lo haga. Esta chica me hace sentir bien desde que la vi, hayalgo en ella que rezuma paz.
—¿Siguiente pregunta? —continúo, con curiosidad por saber qué es lo próximo que saldrá de esa cabecita.
—¿Eres nuevo en la ciudad? Nunca te he visto.
—Seattle es grande —rebato—, aunque sí, soy nuevo en la ciudad. Me mudé hace unosmeses.
—¿Trabajo, amor o estudios?
Está tomando confianza; que nose haya alejadome lo confirma. Le rozoligeramente la palma con el pulgar y noto que susmanosson suavesy pequeñas. Todoen esta chicapareceserdelicado, y esoes otra cosa más que la diferencia de mi hermana. Sí, Alina y ella comparten un parecido físico que hizo que mi atención recayeraenella, pero lo que me invita aseguiraquí, en el suelo de un vestidor en una fiesta cualquiera, es todo lo que la diferencia de mi hermana. Alina es mi otra mitad, mi melliza, y la conozcocomoa nadie. Es atrevida, capri- chosay orgullosa; pesea que en elfondoesconde un buen corazón que reserva para sus seresqueridos: Aiden y yo.
—Podría decirse que por trabajo —respondo cuando salgo de mis pensamientos.
—¿En qué trabajas?
Mereclino aúnmás, quedando a un míserosuspiro desu cara. Una sonrisa divertida seasomaen mi boca,e intento contenerme las ganas de reírme para darle seriedad a mis palabras:
—Si te lo dijera —susurropausadamente—, tendría que matarte. —Tonto.
Megolpea en el pecho. Finjo sentir dolor mientras merío, bajito, y me acomodo la mano encima del corazón.
—Auch. No sigas por favor, hieres mis sentimientos.
—Eres molesto. —Suvoz denota todo lo contrario— . Muchísimo.
—Creo que voy a llorar. —Pongo un tono de voz lastimero y no sé en qué momento comenzamos areírnos juntos, como si nos fuese la vida en ello.
Al moverme, la luz de fuera incide sobre ella, y puedover color en sus mejillas y los mechones depelo rubio decorándolas. Tiene los ojos brillantes, y ya no parece triste. Eso me alegra y alivia el sentimiento que llevo en el pecho desde hace tiempo.
—¿Y qué hay del amor? —pregunta al cabo de un rato. La sonrisa nose meva de la cara.
—¿La niñita de algodón de azúcar quiere saber si tengo novia?
—¿Niñita de algodóna azúcar? Puedover como arruga la nariz.
—Hueles dulce, como esos puestos de la feria donde venden algo- dón rosa. —Ese es el olor exacto que desprende.
—Debeser la colonia que me compra mi madre, yale he dicho que no soy una niña y deberíallevaralgo así como un perfume de mujer … —Comienza ahablar sobre eso, como si oler a algodónde azúcar fuese algomalo cuando, paramí, es curioso cuanto menos. Nuncanadie me había hecho rememorar la infancia, la dulzura y la inocencia tan de cerca como ella.
—Amí megusta —la interrumpo—. Y, respondiendo a tu pregun- ta, este chico está completamentesoltero. No hayamoren mi vida más allá que el que le tengo a mi hermana y a Aiden.
—¿Aiden?
—El chico con el que vine.
—Ah, el intenso de antes —murmura, y hace que vuelva areírme. Llamar intenso a Aiden esquedarsecorto— . Me parece muy bonito que los quieras tanto. Deben de ser muy especiales.
—Lo son, son toda la familia que tengo —admito. Ella permanece en silencio, tal vez digiriendomis palabras. Decido reconducirel tema a ella, esoparece muchomás interesante—: ¿Y tú? ¿Hayamoren tu vida?
Sé la respuesta, ya que alguien laha hecho llorar. Eso la hallevado a acabar aquí, con el chico solitario y deprimido de la fiesta.
—Lo hay, pero no es correspondido. —Se le hunden los hom- bros—. Sobreviviré,noes el findel mundo. «De amornadiesemuere», dice mi madre.
—Pues, egoístamente, me alegro de que no sea correspondido —confieso.
Levanta la mirada que había dejado caer sobre suregazo. —Eso es cruel.
—Es que, si fuese correspondido, lo que voy a hacer estaría mal.
Buscosu cálida mejilla con la mano. Me inclino con lentitud, al- ternandola mirada entre lasuyay sus labios ligeramente entreabiertos. El primer rocees suave, tan suave que podría haber sido imaginación mía. Entonces vuelvo arepetir el gesto; ejerzo un poco de presión, y su boca tarda en seguirme. Cuando lo hace, se reclina hacia mí, y acabo por posar mi otra mano ensu cintura. Tiro con suavidad de su labio y losucciono,saboreandosu sabor. Noto la caricia desusmanos
a ambos lados de mi cara y es ella quien da el paso a profundizar más el beso. Su lengua se desliza por mi labio inferior y finalmente le doy pleno acceso al interior, donde nuestras lenguas se tientan la una a la otra.
Un pequeñoruidito escapa de su garganta cuando la agarro de las caderasyla siento encima de mí. Cuando paso lamano por suespalda, rozando la zona desnuda que deja el disfraz, ella tiembla. La forma en que semueve mientras me besa hace que mi miembro quiera unirse a la fiesta, y debo reunir toda la fuerza devoluntad para no sucumbir. Quiero creer que es el alcohol el que me hace pensar así, pero, nonos engañemos, esta chica tiene algo.
La sujeto por la nuca, sintiendo cosquillas en los dedos en cuanto supelo me acaricia, y la llevo conmigo hacia el suelo. Acabo consu cuerpo, tan pequeñoen comparacióncon el mío, debajo de mí . Des- pego la boca de la suya y veo cómo susojos se entreabren, brillantes y con cierto aire perdido.
—Ay, niñita de algodón … —susurro.
Una sonrisita tira de una de sus comisuras. No tardo en besar la curva de su boca de nuevo, atrapandosu cadera con unamano y con la otra haciendo de almohada bajo su cabeza. Saca su lado atrevido, mordiéndome y rodeándome las caderas con las piernas. Acaba por atraerme, tanto que nuestros pechos seaplastan como uno solo. El ritmo frenético de su corazón golpea contra el mío hasta que ambos se acompasan. Desciendo lentamente hasta sumuslo, donde le aca- ricio la piel y, antes de internar la mano por debajo de sufalda, me obligo a parar. Rompo el beso y escucho cómo senos entrecorta la respiración.
—No eres tan niña inocente después de todo —bromeo.
Desde esta distancia aprecio que seenrojece y no tarda en escabu- llirse. Sellevalas manos alpecho, como si estuviese desnuda, y arqueo unaceja de forma contemplativa.
—Yo … yono suelo hacer … esto. La cojo de la mejilla.
—Entonces mealegro de que lo hayas hecho conmigo, niñita de algodón.
Permanecemos así un momento hasta que reacciona y se pone de pie. Se alisa las arrugas de la falda y me mira desde arriba, esperando que la imite. Me levanto, quedando varias cabezas por encima de ella.
—Tengo que irme. —Aún se le nota la voz pesada— . Seguro que mi amigame está buscando como una loca …
Sé que está avergonzada, aunque no tiene por qué . Esto ha sido cosa de los dos, y yopuedo asegurar que no siento ni una pizca de vergüenza.
—Claro, entiendo. —Decido no presionarla— . No deberías pre- ocuparla.
Dibujouna sonrisa sincera y ella asiente, devolviéndome el gesto. Luego, abre la puerta del vestidor, causando que entre una luz ana- ranjada y que su figura quede recortada. Entrecierro los ojos y ella me lanza una rápida mirada antes de salir.
—Me ha encantado conocerte, Lev —dice. Solo distingo suespal- da, nome muestra la cara— . Nosé si nos volveremos a encontrar, pero solo quería que lo supieras. Ahora no consigo recordar por qué entré aquí, pero me ha gustado. Espero verte de nuevo.
El suero comienza ahacer suefecto, las lagunas pronto dominaran toda su mente. Pronto no recordará que conoció a un Lev Romanov en el vestidor gigante de la casa donde estaba de fiesta. No sabrá que probé su sabor y que tuve que reunir toda mi fuerza devoluntad para nohacer nada más con ella. Hace mucho que no estoy con una mujer por decisión propia, pero ella … joder, ella. No quiero que ella no recuerde haber estado conmigo y yo tampoco quiero olvidarme de algo así .
—Estoyseguro de que nosvolveremosaver. —Sonrío—. Mientras, sigue brillando, niñita de algodón de azúcar.
Me regalasu sonrisa antes de salir y cerrar la puerta por completo. Me quedo dentro diezminutos, en los que reproduzco lo que ha pa- sado una y otra vez. A cámara rápida, a cámara lenta, hacia delante y hacia atrás, saltándome partes y repitiendo otras.
Al rato, decido ir en busca de Aiden; ya va siendo hora de mar- charnos y dejar de jugar. Cuando bajo la escalera, veo por la ventana la cabecita rubia de un ángel meterse en un taxi junto a otra chica de pelo negro. Me siento mejor al saber que se marchan de aquí antes de que no puedan mantenerse más tiempo en pie.
Aiden tiene los brazos cruzados y me observa desde una de las es- quinas de lahabitación.
—¿Sacando alviejo Lev apasear? —dice, burlón. —Vámonos.
—Mejor. —Me agarra del hombro y lo aprieta— . Vámonos a don- de pueda quitarte todo esepintalabios de la cara.
Pongo los ojosen blanco, sacudiéndomelo de encima y saliendo fuera. Me paso el dorso de la mano por la boca, y no hay ni rastro de pintalabios. Maldito Aiden. Su risa viene desde atrás. Balanceando las llaves de su coche en la mano, camina hasta él. Dentro, el característi- co olor mentolado de Aiden nos golpea y, aunque durante el trayecto, este se esfuerza en hablar y sacarme información, yo solo puedo mos- trarme molesto por estar obligado a olvidar.
◆
AIDEN
Cuando llegamos al hangar no puedo ignorar el aspecto enfurruñado y decaído que proyecta Lev. Parece que la noche con la rubita ha sido intensay, en el fondo, mealegro; así puede sentir un poco lo que llevo yo sintiendo estos meses. Tenercerca a alguien que enciende algo en ti como si le diese a un interruptor, perono poder estar cerca … Jodi- do, ¿eh?
—Venga, tío, no te enfades. Sabes que es algo que tenemos que hacer para no entorpecer las cosas.
—¿Qué se supone que sé, Aiden? —Aporrea el salpicadero del co- che— . Ni siquiera entiendo por qué esa chica es tan importante. ¡Yo estoy aquí por Alina!
—¡Lo sé! Estoy en ello, ¿vale? Tengo a ese capullo de Rodrigo a punto de caramelo, dame unassemanas más y lo cogeremos.
—Encima esta noche me has metido en tus jueguecitos de niño pequeño, todo por no saber controlar tu polla.
—Novayas por ahí, Lev, te recuerdo que tú pareces habértelo pa- sado igual de bien.
Después de mi intensa charla con Katherine, me di cuenta de que mi camisa había quedado bastante inservible, así que ahora no me queda otra que cubrirme con lachaquetadecuero. Lamisma en la que descansan los dos viales incoloros que necesitamos tomarnos lo antes posible. Rebusco en el bolsillo y los extraigo.
—Para mí también esuna putada. —Le tiendo el vial— . Me gus- taría no tener que olvidar nada. Si lo hago, me parece que pierdo el
control sobre mi vida, pero es lo que hay que hacer. Volveremos al punto de partida de nuevo, esta noche no habrá existido.
Lev mueve el vial entre sus dedosyme observa conel ceñofruncido. —¿Qué sentido ha tenido todo esto, entonces?
—Egoístamente tenía la esperanza de que el suerofallara, cargarme todala misióny podervolvera mi vida. Me lajodería en parte y sin lu- gar a dudas seguiría mejor delo queva a estar cuando acabe todo esto.
—¿Tan gordo es lo que escondes?
—Cuando se confirme y serevele posiblemente cambien muchas cosas. Es gordo de cojones, sí .
Resopla, resignado. Destapa el vial, se lo acerca a la nariz e inhala para descubrir que no tiene olor. Tampoco sabor; lo que lohace imper- ceptible. Lobebede un trago, echandola cabeza haciaatrásy cerrando los ojos al esperar un sabor desagradable que nollega. Pestañea,sor- prendido, y tira el vial encima del salpicadero.
—Te odio, espero que lo sepas —dice, saliendo delvehículo.
—Nopodrías odiarme por mucho que lo intentaras.
Da un portazo. Loveo caminar hasta el interior del hangar, donde ya comienzan los primeros movimientos del día. Pronto amanecerá y, conello, llegará un nuevo día de duro entrenamiento. Me relajo sobre la tapicería del asiento, observando el vial.
Podríamentir; podríavaciarloen elsueloy fingirquelo he tomado, que lo he olvidado todo y que el sueroesun completo éxito.
—Qué cosas me haces pensar … —Giro el tapón— . Vasa conse- guir que caiga en lalocura por completo, Katherine Volkova.
Sinnecesidadde una prueba deADNy solo con hablar conellame ha quedado claro. Lleva la Bratva en la sangre, lleva los genes Volkov grabados. Tiene la belleza de su madre, pero el orgullo del ruso.
Destapo el vial, tomando mi decisión. Tengo que olvidar esta no- che, tengo que olvidar que sé que esuna Volkova, tengo que olvidar el sabor desu lengua contra lamía porque, si no, estoy perdido. Es cierto lo que dicen del gen de las arañas, te atrapa, te obsesiona.