Tenía un mal presentimiento esta mañana. Algo se sentía diferente mientras miraba alrededor de la sala llena de gente, sentía que tenía unos ojos inquisitivos observándome. El lugar donde solía sentarme estaba ocupado. Usualmente prefería estar más cerca de la salida porque suponía una ruta de escape más rápida en cualquier ocasión, además de que pasaba desapercibida.
Sus miradas indecentes me ponían nerviosa porque me miraban como si quisieran devorarme. Odiaba este lugar, no había otras mujeres aquí, así que era el único blanco fácil. Lo peor era que realmente no podía hacer nada para detenerlos. Al ser la única mujer en medio de un mar de hombres, sobresalía horriblemente, por lo que decidí que lo mejor era mantenerme callada en todo momento. De repente, todos se callaron, así que levanté la mirada para ver quién había entrado. Elvis había llegado con mis otros tres compañeros.
Eligieron una mesa al fondo del comedor y comenzaron a hablar entre ellos, me pareció rara su presencia porque no era usual que vinieran. Al parecer tenía que hablar con algunos de los reclutas, pero la verdad no quería saber nada de ellos, así que bajé la cabeza y comencé a comer con rapidez para irme lo más pronto posible. Para mi mala suerte, cuando intenté levantarme de la mesa para dejar mi bandeja en el tacho de basura, mis pies dejaron de hacerme caso.
—Acalia, detente.
Reconocí esa voz al instante y temí por lo siguiente que pasaría. No podía moverme ni un centímetro, intenté con todas mis fuerzas y ni siquiera pude mover un dedo. Ellos estallaron en carcajadas. ¿Qué es lo que planeaban ahora? Hasta el momento se habían controlado, me molestaban pero nunca antes habían usado la compulsión para ordenarme cosas. Se sentía horrible no tener control de tu propio cuerpo.
Elvis, Amets y Joritz me estaban observando con sonrisas burlonas, felices de verme sufrir. Neizan fue el único que me rehuyó la mirada. Se me paró el corazón cuando vi que Gorka se acercaba, de entre todos los reclutas, era el más cruel. No tenía límites. Me rodeó con los ojos brillándole por atormentarme y agarró uno de los envoltorios que tenía en la bandeja.
—Ponte derecha —ordenó y apreté los dientes forzada a hacerle caso gracias a su magia. Me estremecí violentamente producto de la repulsión mientras intentaba luchar contra su orden, pero fue inútil, porque era una marioneta y él era el titiritero—. ¿No quieres decirme nada, Acalia?
Preguntó entre risas y todos se echaron a reír de mi desgracia. Mis compañeros se quedaron en silencio al fondo.
—Nada de lo que diga te detendrá, ¿quieres que te suplique? ¿Quieres que te pida que no me hagas nada de lo que ya tienes planeado? —le pregunté con odio. Rápidamente había aprendido que no debía suplicar por nada porque no les importaba que fuera mujer o más débil, lo único que les importaba era el control que tenían sobre mí.
—Tienes razón, eso no me detendría. Los chicos y yo queremos que hagas un pequeño espectáculo para nosotros —dijo Gorka en tono divertido, miré alrededor y noté que todos los hombres se inclinaban hacia adelante con entusiasmo. Uno me guiñó el ojo y otro se relamió los labios. Volví la mirada hacia mis compañeros pero ellos seguían con la misma indiferencia de antes. No me ayudarían, nunca lo habían hecho antes. Me hubiera gustado decirles a todos que yo era su compañera, pero Elvis ya me había amenazado con matarme si lo hacía. Nos odiábamos mutuamente, aunque era verdad que no soportaba verlos mal, así que no entendía cómo era que podían aguantar mis humillaciones tan impasibles.
Gorka me recorrió con la mirada y me pregunté qué es lo que me haría hacer. ¿Bailar? Ya era un maniquí en exposición. ¿Qué otra cosa podía ser peor?
—Te puedes negar —bromeó Gorka con crueldad—, cierto, no puedes. Pobre Acalia, debe apestar ser una de las hadas más débiles, siempre tan fácilmente dominada. Desnúdate.
Sus ojos se quedaron pegados en mis pechos y me congelé. Traté de luchar contra la compulsión, pero fue inútil. Se me llenaron los ojos de lágrimas y mis manos temblaban por mi lucha interna.
—Quítate todo, quiero que quedes completamente desnuda —me ordenó y comencé a desabotonarme la blusa negra que llevaba puesta. Mi respiración se volvió dificultosa mientras seguía intentando rebelarme contra la compulsión. Gorka, irritado por la demora, me arrancó la blusa de un tirón y mi sostén negro quedó a la vista. Mi visión se tornó borrosa y un quejido escapó de mis labios. Mis cicatrices quedaron a la vista de todos, en especial la que me había quedado de una quemadura que iba desde mi hombro hasta mi cadera.
Los hombres comenzaron a aullar, burlándose de mis cicatrices y no pude creer la crueldad de mis pares. No entendía porque mis compañeros no estaban haciendo nada, aunque Neizan seguía evitándome la mirada, luciendo culpable como si quiera intervenir. Mis dedos comenzaron a desabotonar los pantalones y los ojos me escocían por las lágrimas.
—Por favor, detente —dije entrecortadamente mientras me ponía de pie después de haberme quitado los pantalones. ¿Cómo podían ser todos tan crueles?
—Quítatelo todo —ordenó Gorka de nuevo. Temblé ante la renovación del comando y me ardieron las mejillas de la humillación. Las lágrimas ya recorrían con libertad mi rostro. Me tembló el labio inferior cuando mis dedos tocaron mi espalda para abrir el sostén. Cuando lo desabroché, cerré los ojos con mortificación porque no quería ver la cara que pondrían al verme tan expuesta.
Gorka me acarició del hombro hasta el codo mientras me quitaba uno de los tirantes del sostén. Abrí los ojos ante la invasión personal y sentí náuseas cuándo me agarró la cadera con su otra mano. Me sentía sucia y volví a mirar a mis compañeros para que hicieran algo. En esta ocasión, Neizan se fue junto con Joritz, pero los otros dos se quedaron sentados disfrutando de mi tormento.
—Date prisa, Acalia, quiero que te quites todo —susurró lascivamente Gorka mientras me terminaba de quitar completamente el sostén. La tela cayó al piso y miré a Elvis con desesperación. ¿Esto era lo que quería? ¿No me había humillado lo suficiente? Sus ojos se oscurecieron cuando vio que Gorka me acariciaba el torso pero no hizo nada cuando me apretó el pezón con fuerza. Lloré en voz alta pero los hombres simplemente se pusieron a silbar entusiasmados.
Elvis y Amets podían detener esto, así que les supliqué con los ojos que intervinieran. Por favor, ¿no podían tener piedad aunque fuera una vez? Me temblaron violentamente las manos mientras las dirigía hacia la última prenda que me quedaba.