Monstruo

Capítulo 2

  A veces, se siente como si todo aquello solo hubiese sido un sueño lejano. Como si todo lo que viví en aquel tiempo fuese solo un producto de mi imaginación y mi historia con Harry Stevens no hubiese ocurrido realmente.

  Todo se ha difuminado hasta ser solo un esbozo tenue en mi memoria y, a veces, se siente tan ficticio, como si hubiese sido creado por una cruel jugada de mi mente.

  La última vez que supe algo de Harry fue cuando leí aquella carta que dejó para mí antes de marcharse. Desde entonces se convirtió en un fantasma al que nadie se atreve a mencionar. Uno demasiado poderoso para invocar. Uno al que poco le falta para convertirse en mi demonio personal…

  El chico frente a mí me mira durante un largo momento antes de apretar la mandíbula con fuerza y asentir con brusquedad.

  —Lo siento —suelta, en un balbuceo, pero ni siquiera me esfuerzo por regalarle una sonrisa.

  Me abrazo a mí misma, en un intento inútil de reprimir el escalofrío que recorre mi espina dorsal, y lo miro con fijeza.

  Los recuerdos han empezado a salir a la superficie ahora y, de pronto, lo único en lo que puedo pensar es en la primera vez que vi a Luke Thompson. Fue en una fiesta organizada por Rodríguez. Una fiesta en la que Harry se encontraba…

  Cierro los ojos con fuerza unos segundos antes de atreverme a encarar al chico del bastón.

  Quiero decir algo —lo que sea— para borrar la expresión arrepentida que se ha asentado en su rostro, pero nada sale de mi boca.

  Estoy molesta con él por haber venido de la manera en la que lo hizo. No tenía derecho alguno a intentar desenterrar el pasado; mucho menos en este momento, que estoy a punto de terminar con todo esto.

  —Creo que es mejor que te vayas —digo, con un hilo de voz.

  Él baja la vista al suelo y asiente.

  —Lo lamento, Maya —susurra, para luego girar sobre sus talones y encaminarse hacia las familiares escaleras.

  Está a punto de desaparecer de mi campo de visión cuando, de pronto, se detiene y me mira por encima del hombro.

  Hay algo en la forma en la que me observa que me pone la carne de gallina. Su expresión no es hostil ni hosca; es más bien aprehensiva. Como si supiera algo que yo no y muriese de ganas de decírmelo.

  Finalmente, niega con la cabeza y vuelve su vista al camino antes de desvanecerse por las escaleras.

  Un suspiro entrecortado brota de mis labios y cierro los ojos unos segundos antes de atreverme a cerrar la puerta del apartamento. De pronto, el silencio reina en la estancia y lo único que puedo distinguir es el sonido de los motores de los autos que corren por la calle.

  Mi vista barre el lugar y mi pecho se estruja al mirar los muebles de la habitación. He retirado las sábanas que los cubrían y me he encargado de eliminar el polvo. El agente de bienes raíces que mi jefe me recomendó estará aquí dentro de unos minutos, y lo único que puedo hacer en este momento es intentar no sucumbir ante la intensidad de los recuerdos que me invaden.

  Hacía mucho tiempo que no me sentía de este modo; sin embargo, no esperaba que fuese de otra forma. Me tomó bastante sacar de mi sistema todo el dolor que causó en mí la partida de Harry Stevens. Me tomó aún más armarme de valor para venir a este lugar el día de hoy. Hace seis meses ni siquiera habría podido poner un pie dentro de este edificio. Un año ni siquiera habría podido plantearme la posibilidad de volver.

  Han pasado muchas cosas a lo largo de todo este tiempo. Para empezar, Kim y yo vivimos juntas en un apartamento cerca del centro desde que decidí abandonar este lugar, y dejé de trabajar en el Joe’s Place hace un poco más de cuatro meses. Encontré un empleo como recepcionista en un consultorio médico privado y eso me ha dado la oportunidad de aplicar de nuevo a la universidad. Aún no sé cuáles son los resultados de mi examen de admisión, pero confío en que todo el tiempo que pasé estudiando habrá valido la pena.

  Kim, por otro lado, está dedicada en cuerpo y alma a Hayley, su hija, quien apenas va a alcanzar los seis meses de edad. Las cosas no han sido fáciles para mi amiga, pero ha sabido llevar la situación como no habría podido hacer nadie.

  Su relación con Will es casi nula. El chico apenas le dirige la palabra, pero eso no ha impedido que se haga cargo de la manutención de su pequeña; además, está en casa cada fin de semana para verla. Yo tampoco hablo mucho con él. Las cosas han cambiado bastante entre nosotros desde que me habló del deseo de Harry de entregarse a la policía. Me sentí tan traicionada por él que me encargué de construir un muro entre nosotros. Un muro que ninguno de los dos está dispuesto a eliminar así de fácil.

  Jeremiah, por otro lado, ha sido una constante en mi vida. Ha conseguido empleo en un bar y, además, ha decidido retomar sus estudios. Ahora es estudiante de derecho. Uno de los mejores de su clase.

  No me sorprende ni un poco que así sea. Siempre ha sido un chico bastante inteligente e ingenioso. Quizás navegue con bandera de ingenuidad y fanfarronería, pero he aprendido a descubrir que solo lo hace para despistar al mundo.

  No sé qué sería de mí si él no estuviese en mi camino. Se ha convertido en alguien indispensable. Es del tipo de persona que hace el mundo más llevadero. Se ha encargado de levantar mis piezas del suelo más veces de las que puedo recordar. Es mi mejor amigo, mi confidente y mi aliado… Es mi soporte en mis momentos más oscuros y, debido a todo lo que pasamos juntos, ahora ni siquiera concibo mi vida sin él...

  Mi teléfono suena en el bolsillo trasero de los vaqueros y me sobresalta. Mi corazón se acelera ligeramente, pero me las arreglo para mantener la calma mientras tomo el aparato entre los dedos. Necesito tranquilizarme. Estar en este lugar solo consigue que no sea capaz de pensar y moverme como se debe.

  En la pantalla brilla el nombre de Jeremiah, así que respondo al tercer timbrazo:

  —¿Sí?

  —¿Aún sigues en el apartamento de lord Voldemort? —dice y una sonrisa irritada se apodera de mis labios. No ha dejado de hacer referencias de Harry Potter desde que Harry se marchó.

  —¿Cuándo vas a dejar de llamarle así? —Medio río, al tiempo que niego con la cabeza y ruedo los ojos al cielo.

  —Cuando deje de ser «El que no debe ser nombrado» para ti —dice, y casi puedo imaginarlo encogiéndose de hombros de manera despreocupada—. En fin, ¿sigues ahí?

  —Sí —digo—. El agente de bienes raíces no ha llegado.

  —¿Quieres que vaya a hacerte compañía un rato?, ya salí de la universidad. Puedo ir a verte y luego podemos ir a comer algo a casa de mi mamá —dice—. Tengo mucho tiempo que no voy a visitarla.

  —Ve con ella. Estaré bien. Solo esperaré al agente, dejaré que vea el lugar y llegaré a un acuerdo con él respecto a los honorarios de su servicio —digo, con una media sonrisa dibujada en los labios.

  —¿Estás segura?

  —Más que segura. Ve con tu madre y salúdala mucho de mi parte, ¿de acuerdo?

  Un suspiro resuena del otro lado de la bocina.

  —De acuerdo. Llámame si necesitas algo, ¿está bien?

  —Claro. Cuídate mucho.

  —Tú también, Maya —dice y finalizamos la llamada.

  Quince minutos después de mi llamada con Jeremiah, el agente llega al apartamento. Ha inspeccionado todo el lugar y ha hecho comentarios respecto al olor a humedad que tiene la alfombra del pasillo; ha mencionado, también, que debo cambiarla inmediatamente si quiero vender el lugar rápido.

  Acto seguido, habló acerca de la plusvalía del edificio y de cuán difícil va a ser conseguir un comprador interesado debido a la zona peligrosa en la que se encuentra, pero prometió hacer lo posible por rematarlo pronto.

  Encontramos una pequeña fuga en la regadera que debe ser arreglada; así como el mal funcionamiento de uno de los apagadores de la habitación. Tendré que hacer esas pequeñas reparaciones para que los interesados en comprar no regateen argumentando esas diminutas fallas.

  Finalmente, tras cuarenta minutos de minucioso análisis, el agente inmobiliario se marcha y, luego de él, lo hago yo también.

  Toda la tensión de mi cuerpo se desvanece en el momento en el que mis pies comienzan a bajar las escaleras del viejo edificio.

  Tenía mucho tiempo sin sentirme así de aliviada. Es como si todos y cada uno de mis músculos recuperaran su fuerza. Como si la pinza que atenazaba mi pecho hubiese sido retirada con mucha lentitud.

  El camino al consultorio médico en el que trabajo es más largo de lo que espero; pero, cuando llego, nadie hace ningún comentario. Avisé esta mañana que tenía unos asuntos personales qué resolver y que por eso me demoraría más de lo normal en llegar a la oficina. Al principio, creí que lo primero que recibiría sería una reprimenda, pero no fue así. De hecho, a nadie parece haberle molestado el hecho de que he llegado unas cuantas horas más tarde de lo normal.

  El resto del día pasa a una velocidad impresionante. Paso mis horas laborales sentada tras un gran escritorio, justo frente a la entrada principal del consultorio. Mi trabajo es relativamente sencillo: recibo llamadas, organizo la agenda de los tres médicos que se asociaron para poner en marcha este lugar y coordino cualquier clase de compromiso que cualquiera de ellos pudiese llegar a tener: desde las reuniones más importantes hasta las más rutinarias.

  Con todo y eso, el cambio que ha sufrido mi rutina ha sido radical. Comparada con la actividad excesiva que tenía en el Joe’s Place, mi día a día es menos ajetreado; sin embargo, ahora tengo un poco más de responsabilidades.

  Alrededor de las seis de la tarde, estoy lista para irme a casa. Ha sido un día emocionalmente agotador debido a mi visita al apartamento de Harry, así que lo único que quiero hacer en este momento es recostarme en mi cama y dormir hasta que el sol salga mañana por la mañana.

  El camino al edificio donde vivo es lento y tedioso, ya que el tráfico de la ciudad apenas permite que el autobús avance; pero, cerca de las siete de la noche, estoy de vuelta en casa.

  Kim y yo hemos tenido la suerte de encontrar un apartamento en un suburbio tranquilo de San Francisco. El espacio es mucho más pequeño que el del lugar que ella compartía con Will, pero hemos sabido distribuir nuestros muebles para hacerlo acogedor.

  Subo las escaleras a paso cansino y, por unos instantes, me veo tentada a quitarme de los pies los zapatos altos que debo llevar obligatoriamente al trabajo. De no ser porque llevo medias delgadas que pueden romperse a la primera de cambios, lo habría hecho ya hace rato.

  Una vez en el piso donde vivo, avanzo por el pasillo y rebusco en mi bolso por las llaves. Acto seguido, cuando me encuentro afuera del apartamento, retiro el seguro del cerrojo y abro la puerta solo para detenerme en seco ante lo que encuentro frente a mí.

  Jeremiah está de pie a mitad de la sala y, delante de él, está Kim con la pequeña Hayley entre los brazos. Ambos me miran desde sus posiciones y no me pasa desapercibido cómo palidecen en el instante en el que se percatan de mi presencia. Jeremiah luce visiblemente preocupado y Kim luce como si estuviera a punto de vomitar.

  Mi ceño se frunce en confusión, pero me las arreglo para esbozar una sonrisa.

  —¿Qué les sucede? —medio río—. Tienen cara de haber visto un fantasma.

  Mi amiga cambia el peso de Hayley a su cadera derecha y le lanza una mirada fugaz a Jeremiah antes de aclararse la garganta.

  —Llegaste temprano —dice, nerviosa.

  Mis cejas se alzan al cielo y mi sonrisa se ensancha mientras me encamino al interior del apartamento.

  —Actúan como si tuviesen un amorío y no quisieran que yo me enterara —bromeo, pero debo admitir que la presencia de Jeremiah en nuestra casa me saca de balance. Él nunca viene sin saber de antemano que estaré aquí—. No me importa si es así, ¿sabían?, prometo que no me molestaré.

  —Sabes que, si ocurriera algo entre nosotros, serías la primera en saberlo —Kim argumenta, con irritación—. No es lo que crees.

  Me encojo de hombros.

  —Si tienen algo, les prometo que soy feliz por ustedes —insisto y lo digo con toda la honestidad del mundo. Debo admitir que no puedo imaginarlos juntos de esa manera, porque son personas completamente diferentes, pero la idea no me incomoda en absoluto… Aunque tampoco es como si ellos necesitasen de mi comodidad o aprobación para tener algo.

  —Maya… —Jeremiah habla, pero hago un gesto desdeñoso para restarle importancia al asunto y dejo mi bolso sobre uno de los sillones.

  —Adelante. Ustedes sigan en lo suyo, yo…

  —Maya… —Jeremiah insiste, pero ya he comenzado a avanzar en dirección al pasillo que da a las habitaciones.

  —Maya, Harry ha vuelto —suelta mi amigo de golpe en ese momento, y mis entrañas se aprietan con violencia. Mi vista se vuelca con brusquedad hacia él y el pánico se arraiga en mi sistema.

  —¿Qué? —Mi voz sale en un susurro tembloroso e inestable y, de pronto, no puedo respirar.

  «¡No! ¡No, no, no, no, no! Eso no es posible. Él se entregó. Hace un año se marchó para entregarse a la policía».

  —Será mejor que te sientes, Maya —dice mi amigo, pero no puedo moverme—. De una vez te lo digo: esto no va a ser agradable.

  «¿Qué demonios está pasando?».

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