La casa de la manada alojaba a muchas personas que no vivían con sus familias. En la planta baja, había una gran sala común que servía de comedor y donde los habitantes podían pasar el rato. Era en este espacio donde se llevaría a cabo el evento, y los omegas ya habían comenzado a disponer las mesas y las sillas.
“¿Cuál es la agenda del día?”, pregunté, tomando la libreta de una joven Omega. La chica parecía nerviosa y sin aliento. Le temblaban las manos y apenas podía decir una frase completa sin tartamudear.
“Oh-uh-sí… El Alfa quiere que… La habitación esté decorada con cuero y satén rojo. Las sillas deben estar separadas y en esa mesa es donde se ubicarán los Alfas”. Levanté una ceja mientras miraba las solicitudes del Alfa Simon.
“¡Así que pretende recrear una porno mafiosa para el evento! ¡Genial!”, espeté.
Empezamos a arreglar todo exactamente como el Alfa Simon quería que se hiciera. Me ocupé hasta el último momento de que todo estuviera perfecto, para que así no pudieran culparme de nada.
De pronto, irrumpió una voz risueña: “¿Dónde está nuestra buscapleitos?” Resoplé y miré por encima del hombro, para observar a Annie hacer su entrada alegremente.
Cuando ella me vio parada junto a las mesas, corrió hacia allí.
“¡Me siento como si no te hubiera visto en mucho tiempo!”, chilló, estrechándome entre sus brazos.
“Eso es porque no me has visto en mucho tiempo”, le dije, alegrándome de verla.
Annie es el alma más dulce que jamás haya caminado sobre la tierra y también mi mejor amiga.
“¿Ya terminaste? Tengo hambre”.
“¡Oh, sí!, mis dos horas de alguna manera se convirtieron en cuatro hoy”, dije, dejando todo a un lado.
“Pero… E-Escuche…”, me volví y miré a la joven Omega gesticulando nerviosamente.
Tomé sus manos y la miré a los ojos.
“No te preocupes, todo estará listo para el viernes y si el Alfa dice algo, házmelo saber”. Sus hombros se relajaron por el alivio, mientras asentía con la cabeza.
Afuera, los preparativos también estaban en pleno apogeo y la gente corría de aquí para allá, colocando una multitud de cosas en su sitio. Como ya había dicho, se trataba de un gran acontecimiento.
Las chicas que aún no hallaban a sus compañeros se sentían eufóricas por la reunión de los Alfas, porque estaban seguras de que ese sería su momento. Creían que su pareja se encontraría entre ellos y que pronto dejarían esta manada para convertirse en Luna en algún otro lugar. Por mi parte, pensaba que era ridículo que fantasearan con una vida que probablemente no tendrían.
Más que nada, todas deseaban estar emparejadas con el más notorio…
“¡El Alfa Nathan será mío!”, exclamó una chica.
“No lo creo, porque en el momento en que me vea, me hundirá los colmillos en el cuello y mis piernas se abrirán”, repuso otra. Las demás rieron a carcajadas, ajustándose las camisas.
Sí, el Alfa Nathan era el más temido y respetado de todos.
Su manada era enorme y muy disciplinada, al menos comparada con esta. No se le veía muy a menudo, pero todos trataban de tenerlo como aliado.
Los días siguientes transcurrieron con muy pocas alteraciones. El Alfa Simon estaba tan absorto en los preparativos de la reunión, que no tuvo tiempo de importunarme, lo cual fue un cambio bienvenido.
Sin embargo, esta mañana, cuando me desperté, las cosas fueron diferentes. Porque al fin llegó mi decimoctavo cumpleaños.
“¿Lo sientes? ¿Qué sientes? ¿Cómo se siente?”, me preguntó Annie, saltando a la cama.
‘Hola, soy Sheila’.
‘Hola, me llamo Laura’.
‘¿Es cierto que le rompiste la nariz al Beta?’
‘¿Cómo sabes eso?’
‘Compartimos una mente’.
‘¡Ah, claro! Sí lo hice’.
‘¡Me gustas!’, repuso ella, riendo.
“¡Tengo a mi loba!”, le dije a Annie y comenzamos a saltar juntas. Pero la alegría duró poco, porque de repente otra voz llenó mi cabeza.
Ahora que tenía a mi loba, también podía acceder al vínculo con la manada. Lo cual para mí era simplemente otra forma de ser atormentada.
‘¡Laura, ve a la casa de la manada!’
‘¡Sí, Alfa!’
Lancé un suspiro y me vestí. En el camino, miré hacia el límite del bosque y sentí unas ganas enormes de salir a correr.
Quería moverme y dejar que mi loba galopara libremente, pero primero tendría que soportar una mañana tediosa.
En el momento en que entré a la casa de la manada, un olor me asaltó con fuerza. Barrió mis fosas nasales y llenó mi cuerpo.
‘¡Compañero!’
¡Oh, mi*rda!
Seguí el olor escaleras arriba, pisando con cuidado sobre cada tabla y olfateando para saber de dónde venía.
Mi corazón se desmoronó cuando me detuve frente a su oficina.
Llamé a la puerta y al empujar apenas un centímetro, escuché gemidos y embates.
¿Qué di*blos estaba pasando ahí?
Entré. El Alfa Simon tenía a Martina inclinada sobre su escritorio. Su mano estaba presionando su cabeza hacia abajo y la estaba golpeando.
Ella gritaba su nombre.
Pero eso no era lo malo. Por muy asqueroso que fuera el Alfa Simon, ¡él era mi compañero! Al instante, levantó la cabeza, dejó de moverse y nuestras miradas se encontraron. Gruñó y sus ojos comenzaron a brillar.
Martina miró hacia arriba, confundida, y se apartó el cabello de la cara, pero la mano de Simon presionó su cabeza hacia abajo y ella se inclinó de nuevo.
“¡No te muevas!”, siseó Simon, saliendo de ella. Enseguida se subió los pantalones, dejándose la camisa abierta.
Martina obedeció y no movió un músculo mientras salíamos de la oficina. El Alfa Simon y yo nos detuvimos en mitad del pasillo.
¡Esto no podía ser real, él no podía ser mi compañero!
La sola idea era repugnante.
“¡¿Qué car*jo he hecho para merecer una compañera como tú?! No estás hecha para ser Luna, ¡ni siquiera la compañera de alguien!”, dijo, escupiendo las palabras.
Sus ojos verdes estaban entrecerrados y una expresión de disgusto y vergüenza contorsionaba su rostro. Sus manos colgaban a los costados, con las uñas presionando las palmas.
La puerta de la oficina estaba cerrada y no había nadie más en la casa de la manada. Todo estaba silencioso, ya que sus habitantes se encontraban fuera, entrenando o trabajando. Las tablas de madera debajo de nosotros crujieron cuando Simon pateó el suelo.
Mi mente se debatía, con mi loba gritando continuamente que el hombre delante de mí era mi compañero. Las cejas de Simon se fruncieron, sus labios se contrajeron en un gruñido y echó su camisa hacia atrás, mostrando su pecho. Su cuerpo delgado y su baja estatura jamás me habían intimidado y, por lo general, sus intentos de parecer más grande solo me causaban risa. Pero ahora era muy distinto.
“¡Yo, Laura Lucien, te rechazo, Alfa Simon de la Manada Luna Roja, como mi compañero!” Simon trastabilló como si lo hubiera apuñalado, con la espalda arqueada. Sus ojos se agrandaron, levantó la mano y se la llevó al pecho.
¡Sí, dolía ser rechazado! Tu pareja era la única persona en el mundo destinada a ti y las historias que había escuchado sobre eso eran gloriosas. Como las dos únicas piezas de un rompecabezas, cuando se encontraban se volvían uno. Nunca amarías a nadie como a tu pareja y tampoco tendrías una segunda oportunidad o, al menos, muy rara vez. Y yo acababa de rechazar la mía.
El Alfa Simon levantó la cabeza. Su espeso cabello voló hacia atrás cuando un fuerte viento sopló y abrió de golpe la puerta de la casa.
“Yo, el Alfa Simon de la Manada Luna Roja, acepto tu rechazo”.
“Bueno, tengo que ir a limpiar”, anuncié. Él se afianzó sobre el suelo y no se movió ni habló mientras pasaba a su lado.
Afortunadamente, no hubo testigos del rechazo, así que nunca nadie sabría que el destino había decretado que fuéramos pareja.