Apareada con los Matones Cuatrillizos

Capítulo 2

Suzie

Ni bien entré a la escuela, me cayó agua sucia encima. Apreté los dientes y las manos mientras me comía las ganas de gritarles porque sabía que nada bueno saldría de ello. Además, era mi cumpleaños, nadie podía arruinarlo.

Respiré profundamente y abrí los ojos. Traté de dar un paso pero el agua hizo que me cayera al piso. Me dolieron de nuevo todas las heridas al mismo tiempo que la sonrisa cínica de Leah se escuchó desde lo alto de las escaleras. Leah era la chica más popular de la escuela y la hija del Beta que mi papá quería que me amistara. Me apresuré para sentarme, ni me molesté en levantarme.

—Que desastre eres —murmuró mientras se inclinaba hacia adelante y dejaba caer su largo cabello frente a mí. Las chicas que la acompañaban se echaron a reír entre ellas. Rechiné los dientes de nuevo pero sabía que no valía la pena responderle. No podía, era la protegida de todos, y la favorita de los príncipes de la manada Estrella Negra.

Esta era la manada más poderosa de la comunidad y por eso mi padre quería ganarse el favor de ellos. Sin embargo, nunca había visto al padre de los príncipes antes, al Alfa.

—Me divierto mucho molestándote, Su —me dijo mientras me levantaba el mentón y me sonreí maliciosamente—. Incluso si te escapas de la manada, me aseguraré de encontrarte para seguir torturándote hasta el final de tus días.

—¿A dónde iría una tonta como ella? La matarían antes de que pudiera hacer algo —se burló otra de las chicas, pero había dejado de prestarles atención porque a lo lejos se acercaban los príncipes: Roy, Blair, Feliz y Asher. Eran los hombres lobos más famosos de la manada y todas las chicas querían estar con ellos. Eran también especiales porque habían podido conseguir sus lobos a los dieciséis cuando la mayoría los obtenía a los dieciocho. Las personas los adoraban, pero yo les tenía pavor.

Leah me golpeó la mejilla para llamar mi atención, pero no pude alejar mis ojos de uno de los hermanos que estaba detrás de ella. Leah suspiró con molestia.

—Aquí viene el príncipe encantador a salvar a su horrible novia —murmuró antes de mirarme con sorna—, parece ser que no puede levantarse.

Los hermanos se rieron antes de voltear a Felix quien parecía enojado. No siempre me había visto así, un tiempo estuvimos saliendo y fueron los mejores momentos de mi vida. Sin embargo, descubrió que mi padre me vendía a otros hombres y me dejó de inmediato. Nunca más volvió a tocarme o mirarme con cariño.

—Leah —le dijo con dureza. Solía ser el hermano más amable pero nuestro rompimiento lo había cambiado. Nunca quiso escucharme tampoco, le hubiera dicho que si no hacía lo que quería, mi padre me había matado. Honestamente, prefería mantenerme con vida, quería seguir aquí para poder verlo, no quería ser enterrada tan joven.

—¿Qué harás, Felix? —preguntó Leah con sorna.

Él me miró con malicia al mismo tiempo que Roy se le acercaba a Leah para saludarla con un beso en los labios.

—No lo molestes, no está de buen humor —le dijo, riéndose suavemente, antes de mirarme con disgusto.

Estaba a punto de irme cuando Blair, el mayor de los hermanos, se me acercó corriendo y me pateó en el estómago. Vomité lo poco que había comido anoche y se me llenaron los ojos con lágrimas de la humillación. Siempre había el más violento, había sentido peligro en sus ojos cuando me había visto hace poco, como si quisiera destrozarme. Nunca había entendido porque me odiaba tanto.

Cuando Felix no estaba cerca, encontraba la forma de aparecer y amenazarme de muerte. Afortunadamente, nunca pasaba a mayores porque mi amigo aparecía para agarrarlo del cuello y advertirle que no se acercara. Comencé a llorar por el dolor, pero estaba vez nadie vendría a salvarme. Felix simplemente me evitó la mirada.

Me hice un ovillo en el piso y traté de pedirles misericordia. Se me hizo difícil respirar y deseé simplemente morir. Leah se acercó con una expresión glacial.

—Das asco, un solo golpe y ya estás llorando —se burló—, le debería pedir al director que te bote porque lo único que haces es avergonzar a toda la escuela.

—No, por favor, Leah, no hagas eso —le pedí mientras juntaba las manos en una oración—. Haré lo que sea, mi padre se enojaría mucho.

—Eso es suficiente, no entres a clase, no quiero verte. Ahora muévete antes de que le pida al director que te expulse —tronó Feliz antes de pasar por mi costado y entrar al salón.

Me levanté rápidamente y me fui corriendo al baño tratando de ahogar mis sollozos. Sus risas me persiguieron hasta que llegué, pero no me rompí hasta que me miré en el espejo. Abrí el caño para lavarme la cara lamentándome la vida que el destino me había dado. ¿Por qué me había tenido que dejar mi madre? ¿Por qué había nacido? ¿Por qué mi padre simplemente no me mataba? ¿Por qué no podía tener un poco de paz? ¿Por qué tenía que ser diferente a los demás?

Seguí llorando pensando en la vida que me había tocado. Odiaba mi vida, había nacido bonita, ¿pero de qué me servía? Mi vida era horrible. Cuando finalmente logré calmarme, pero noté que me había manchado la ropa. El olor de vómito era insoportable, así que me encerré en uno de los cubículos para seguir llorando por mi desgracia. Iba a escapar, ni bien consiguiera a mi lobo me escaparía, y finalmente podría dejar atrás todo. Mi padre, Leah y sus amigos, Feliz y sus hermanos, y a esta manada estúpida.

Me dio un salto al corazón cuando escuché que la puerta se abría y Leah entraba con sus amigas riéndose.

—¿Qué quieres decir con que Roy es patético, Leah? Él solo tiene ojos para ti, te adora, además...

—Por favor —pide Leah—, es un tonto, piensa que soy débil y que me tiene que proteger cuando ni siquiera soy virgen.

Me olvidé todos mis problemas en ese momento porque no podía creer lo que había escuchado. No podía ser que la perfecta Leah no era virgen. Nadie podía enterarse de esto, aunque no entendía cómo es que había engañado a su novio. Roy era el más guapo de todos con su cabello negro y sus músculos cincelados. ¿Quién podría ser mejor que él?

—Leah, Roy no puede enterarse, nunca te lo perdonaría.

—Bueno, nadie va a decírselo, ¿verdad? —preguntó y su voz tenía un claro tono de amenaza. Estaba segura de que las estaba fulminando con la mirada y se lo merecían. De repente, una de ellas intentó abrir la puerta del cubículo en el que estaba y supe que iba a pagarla—. ¿Qué demonios? ¿Alguien ha estado aquí todo este tiempo? ¿Quién está aquí? Será mejor que salgas ahora antes de que se vuelva peor.

Me paré lentamente y abrí la puerta con miedo. Su rostro me asustó porque era idéntico al de mi papá. Me agarró del cabello y me tiró contra la pared. Me estabilicé lo más rápido posible pero sabía que estaba a punto de recibir una paliza.

—Leah, lo puedo explicar...

—Voy a matarte, Su —me amenaza antes de agarrarme de nuevo. Las otras chicas me agarraron de los brazos para inmovilizarme. No podía gritar, no podía moverme, traté de rogarle, pero mis palabras cayeron en oídos sordos. ¿Iba a morir? Mi mente comenzó a correr a mil por hora y me mareé.

—Voy a matarte —repitió—, ¿cómo te atreves a espiarme? Te voy a matar por estúpida.

Escuché que alguien abría la puerta y alguien se quejó cuando nos vio.

—¡Feliz, la voy a matar! —gritó Leah a lo que presté atención. ¿Qué estaba haciendo Felix aquí? Leah me volvió a golpear y lo escuché hablar.

—Golpéala de nuevo y te cortaré la mano.

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