Seguí a Eduardo desde el río hasta el campus y me reuní con él junto al campo de fútbol, donde estaba recogiendo sus cosas. Me hizo un gesto para que lo siguiera.
Abrí la boca para decir algo, pero se dio la vuelta y gritó a su equipo que quería que llegaran pronto al siguiente entrenamiento. Eduardo era el capitán del equipo y le encantaba lucirse, mangoneando a los demás chicos siempre que tenía la oportunidad, sobre todo cuando había algún tipo de público allí para presenciarlo.
Se quedó unos pasos por delante de mí mientras caminábamos hacia casa.
Él era así a veces: me ignoraba. Bastante frío.
Pero tenía que admitir que, en general, había sido un buen hermano y tenía un buen corazón. Siempre le daba vergüenza ser el hermano mayor de la gorda, sobre todo porque todo el tiempo había sido popular.
Pero siempre estaba ahí para mí cuando lo necesitaba. Y hacía cosas bonitas para sorprenderme, para recordarme que le importaba. Como, por ejemplo, comprarme mis bombones favoritos y meterlos a escondidas en mi bolso cuando no miraba.
Tuve que apresurarme para seguir el ritmo de Eduardo, pero me di cuenta de que, en realidad, me sentía muy ligera de pies y la velocidad me resultaba fácil. También percibí que mis caderas también se sentían más sexys, ya que se balanceaban con cada paso. Recordé lo que había dicho Lirio, que me había vuelto más hermosa; seguía pareciéndome una fantasía, pero no podía negar que hoy sentía mi cuerpo diferente.
¿Podría ser todo esto por haberme acostado con ese hombre lobo anoche?
La loba que llevaba dentro se despertó con tan solo pensar en él. Mi corazón empezó a latir con fuerza, y no porque estuviera caminando rápido. Lirio no me hablaba en mi mente, pero sentía su presencia en mi cuerpo, y recordé el olor de aquel hombre increíble.
Y el brillo de sus penetrantes ojos verdes.
Incluso en aquel horrible estado, con moretones en la cara y el cuerpo casi hecho pedazos, era el hombre más guapo que había visto jamás.
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La madre de Eduardo nos preparó la cena: un gran plato de estofado de carne, papas y verduras. Era justo lo que necesitaba después de la noche que había pasado. Tara era una gran cocinera, así que no me importaba vivir en casa con ella y Pedro, mis padres adoptivos, mientras empezaba mi primer año.
"¿Estás bien, Yenifer?", preguntó Tara, mirándome con preocupación en los ojos.
"Ah", dije, aclarándome la garganta. "Sí, solo tengo hambre. El campamento fue bastante agotador".
Asintió, y me sentí aliviada de que no siguiera insistiendo ni preguntando por cualquier cambio que hubiera notado en mí.
Cuando murió mi madre, me dejó con Tara, que era su mejor amiga. Crecí con su familia y me trataron bien. Le estuve muy agradecida cuando me dijo que ella y Pedro pagarían mi educación, y me matriculé en la Academia Noble de Licántropos un año después que Eduardo.
Ya estaba acostumbrada a ser una marginada antes de empezar en la ANL. Siempre se habían metido conmigo por mi sobrepeso, y había aprendido desde hacía mucho tiempo que no podía dejar que eso me afectara. Sin embargo, los hombres lobo nobles de la escuela me miraban con desprecio de una forma nueva y, si este fin de semana servía de indicio, eran más salvajes y crueles conmigo de lo que había esperado.
Miré a Pedro, quien observaba distraídamente su plato mientras roía un gran trozo de carne, sin prestar atención a ninguno de nosotros. Últimamente trabajaba hasta tarde y parecía que algo en el trabajo le preocupaba.
Comí rápidamente y me escapé a mi habitación.
No dejaba de pensar en el desconocido.
Me preguntaba si volvería a verlo.
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Estaba entrando en el ascensor del edificio de Artes cuando oí una voz familiar detrás de mí.
"Vaya, vaya".
Me di la vuelta y la vi: era Camila, una de las chicas que me había abandonado en la montaña.
Presioné el botón, pero ella se metió en el ascensor detrás de mí antes de que la puerta se cerrara.
"Pero si es la gran Yenifer. Parece que has sobrevivido a esa gran caminata montaña abajo. Es tan impresionante..."
Mostró sus dientes blancos en una sonrisa cruel.
Sus dos asistentes se agolparon en el ascensor y la flanquearon a ambos lados. No se me ocurrió qué decir.
"¿Qué te pasa, gorda? No me digas que perdiste la voz en la montaña."
Camila soltó una risita ante su propia estúpida broma, y luego miró a las otras chicas en busca de validación. Y todas se rieron al unísono. Fue entonces que la puerta del ascensor comenzó a cerrarse.
"¡Oye!"
Alguien puso su pie contra la puerta y esta se detuvo con un ruido metálico.
"Déjala en paz, ¿quieres?"
Era Sara, mi única amiga en este campus. Nunca me había alegrado tanto de verla.
Camila se volvió hacia ella y bromeó: "¿Acaso has venido a salvar a tu amiga la gorda?"
"Yenifer es mi amiga, y punto. Y no sé por qué estás tan obsesionada con atormentarla. En serio, búscate una vida".
Sara empujó a las chicas, me agarró de la muñeca y me sacó del ascensor.
La puerta se cerró y dejó a todas ellas adentro.
"Vamos", dijo mi amiga, y entramos en la biblioteca del primer piso.
Encontramos una sala de lectura vacía y nos sentamos en una gran mesa de madera. Me contó que había escuchado sobre lo que las chicas me habían hecho en la montaña y me preguntó si estaba bien.
Le hablé de mi noche, del lobo y del hombre en que se había transformado.
Casi se le caía la mandíbula al suelo cuando le conté lo del s*xo.
"Sinceramente, estoy tan celosa. ¡Parece que él está bueno!"
Negué con la cabeza y me reí. "Parece una locura, pero casi quiero dar las gracias a esas est*pidas que me dejaron en el bosque. Porque esa noche resultó ser lo más increíble que me ha pasado en toda mi vida".
Sara me apretó la mano.
"Mira, sé que esto no se puede comparar con lo tuyo, pero yo también tengo noticias y no puedo guardarlas más".
"¿Qué pasó?"
"¡Acaban de anunciar que el príncipe Nicolás vendrá aquí la semana que viene para elegir a su futura Luna!", chilló emocionada.
"Guau", dije yo. Sara me había hablado más de un par de veces de su sueño de casarse con Nicolás, el príncipe de la familia real Caesar. Eso significaría que algún día ella sería la Reina Luna.
"Tienes que ayudarme", suplicó, con los ojos muy abiertos.
"¿Ayudarte? ¿Pero cómo?"
"Hazme un vestido. Él va a venir al Baile de Luna Llena aquí en el campus, y ahí escogerá a su futura Luna. Y... bueno, ya sabes que mis padres probablemente no podrán darme dinero para un vestido, al menos no para uno que fuera lo bastante bueno como para llamar su atención".
"Por supuesto", respondí. Sara y su familia procedían de un noble linaje de hombres lobo, pero hace poco me confesó que su hermosa mansión era casi todo lo que sus padres tenían en el mundo. Tenían títulos nobiliarios y disfrutaban de la vida social de la aristocracia, pero en privado estaban prácticamente arruinados.
"Que sea rojo", añadió con una sonrisa. "Rojo sangre".
"Claro. Haría cualquier cosa por ti, ya lo sabes".
"Entonces", respondió, "hay otra cosa. Espero que puedas venir conmigo."
Me sorprendí un poco. "¿Por qué? Sabes que no estoy interesada en todo eso."
Casarme con un príncipe no era la clase de vida que buscaba. Yo quería una carrera en la moda, tal vez incluso hacerme famosa con mis diseños algún día. Pero Sara había estado obsesionada con el príncipe Nicolás desde que lo vio una vez en una cena real.
"En primer lugar, ¿cómo puede una chica no estar interesada en el príncipe? Juro por la Diosa que es absolutamente perfecto."
No pude evitar arquear una ceja al escucharla.
Ser guapo era parte de la descripción del trabajo de un príncipe. Así que no podía imaginar que este fuera algo espectacular.
"Cuando lo veas, sabrás a lo que me refiero", continuó ella. "Y por favor, solo ven para apoyarme. Estaré muy nerviosa".
"De acuerdo", cedí con un suspiro. "Pero pensé que tendría que ser virgen para ser elegible para la fiesta de selección. ¿Recuerdas esa otra cosa de la que acabábamos de hablar?"
"¿A quién le importa?", preguntó encogiéndose de hombros. "Si no se lo dices a nadie, nadie lo sabrá".
Me guiñó un ojo y sonrió.