Una Loba Misteriosa

Capítulo 2

Punto de vista de Kiya

"Te rechazo como mi pareja", dijo él con una sonrisa.

Sin embargo, la pequeña sacudida de su cuerpo evidenció su dolor.

"No puedes hacerme esto, se supone que no debe ser así. Las parejas son una bendición".

Ella lloró agarrándose el pecho y cayó de rodillas. Sus amigas se apresuraron a ayudarla mientras insultaban al chico, pero él simplemente se rio en respuesta.

Pasé lentamente junto a ellos, con mi inexpresivo rostro fijo en el suelo. Sin embargo, no podía dejar de escuchar los erráticos latidos del corazón de la chica. Sentía su dolor en mi pecho, tan fuerte que estuve a punto de ahogarme. Mi mente se concentró en los latidos de su corazón. Primero necesitaba experimentar su dolor para curarla, solo así podría darle un alivio temporal. Tenía que pasar por el dolor de la ruptura del vínculo.

Oh, no era una bruja, sino una sanadora. Era uno de mis muchos secretos. Nadie sabía que tenía el poder de curar. Pero quería ayudar a las personas que más me necesitaban sin que ellos lo supieran. Quería ser invisible porque no todas las manadas tenían un sanador. Era un poco raro tener la bendición de heredar esos poderes. Entré a la clase y tomé mi habitual asiento en la esquina derecha, donde nadie más se sentaría a mi lado.

Mi nombre era Zakiya, pero todos me llamaban Kiya, y tenía dieciséis años. ¡Gracias a la Luna! Todavía no encontraba a mi pareja. Odiaba esa teoría y odiaba más a los hombres. Respetaba a algunos, pero eso no cambiaba mi odio hacia ellos.

Todos pensaban que era una estudiante promedio, pero solo era mi tapadera para no llamar la atención. Estaba bien escondida con mi habitual y poco atractivo atuendo. No tenía amigos en la escuela. Era una escuela privada para licántropos de nuestra manada Alba Oscura. Cada manada tenía su escuela para educar a sus cachorros de acuerdo con sus reglas. Si los licántropos querían seguir una carrera, tenían que ir a universidades humanas, ya que la mayoría de nosotros no iba a universidades. El día transcurrió con mis clases habituales. Comí mi almuerzo bajo mi tilo favorito en el patio trasero del campus. Tenía un pase especial para saltarme mi clase de educación física, que resultaba ser la última. Solo faltaba un mes para terminar con esta tortura. Entonces, empecé a caminar hacia el hospital de la manada.

En realidad, no estaba enferma. Keiu Mistari, mi madre, era la doctora de la manada. Podría pensarse que habría obtenido mis habilidades curativas de ella, pero no era así. Mi madre no era una sanadora. Había estudiado medicina y trabajado aquí durante los últimos siete años. Obtuve mi pase especial de ella, indicando que necesitaba cuidados especiales porque no podía cambiar después de los doce años, así que básicamente era una humana frente a mis compañeros de manada. Era una gran mentira que nadie sabía, incluida mi madre. Era mi excusa para entrenar sola en el bosque. Una vez al año, iba al norte con una manada de licántropos que vivía en forma de lobo y eran tan salvajes que mataban sin piedad. Estaba entrenando a mi loba con ellos, ya que eran los licántropos más poderosos en su forma de lobo. Me quedaría ahí por un mes durante mis vacaciones escolares.

Esa mentira había sido una puerta de entrada para aprender artes marciales humanas. Había aprendido karate y kickboxing. Nunca competí con humanos porque mi fuerza de lobo los vencería. También aprendí a usar la pistola y tiro con arco. Me ayudó mucho para construir una personalidad fuerte y también era una buena oportunidad para aprender el estilo de vida de los humanos. Pero hacerse amigo de un humano que no fuera tu pareja era un delito, ya que podría ponerlo en peligro, así que tampoco tenía amigos humanos.

Abrí la puerta de la oficina de mi mamá y le sonreí. Estaba tan concentrada en su trabajo que ni siquiera notó mi presencia. Fruncí el ceño porque su loba ya debería haberme sentido, así que me senté frente a su silla.

"Hola, mamá. ¿Cómo estuvo tu día?", pregunté alegremente.

Era una de las pocas personas con las que hablaba sin filtro. Mi madre me miró y frunció el ceño.

"Hola, Kiya. Como siempre, agitado por el ataque que los renegados hicieron ayer. ¿Qué haces aquí? ¿No irías a la tienda de Valeria? ¿O necesitas que te dé dinero?".

Lancé un suspiro.

"Tengo una hora antes de mi trabajo y pensé pasar por aquí para verte. Y has guardado suficiente dinero en casa para todo el mes".

Mi madre me dio una pequeña sonrisa y se dedicó a realizar un examen de rayos X. Cuando giré el pisapapeles, recibí una mirada fulminante de su parte. Suspirando de nuevo, me levanté de mi asiento.

"Adiós, mamá".

Ella asintió sin mirarme. ¡Excelente! Mi loba lanzó un gruñido en mi mente, ya que odiaba las faltas de respeto, pero sabía que no debía emitir ningún ruido lobuno que revelara mis secretos. Era mi única compañera para mi soledad, pero me entendía y me apoyaba en todo lo que hacía. Era muy obediente y nunca se aprovechaba de mi parte humana.

No era que mi mamá no me quisiera. Me amaba, pero no me quería cerca, por mucho que yo me esforzara. Como entendía sus razones, me mantenía alejada porque no quería lastimarla más. Por eso se dedicaba a trabajar desde el amanecer hasta la medianoche. Solo la veía de vez en cuando, como en esta visita.

Conecté mis auriculares a mi celular y me aseguré de que el volumen estuviera en el primer nivel, ya que con mi excelente audición, mis oídos sangrarían con un volumen más alto. Antes de que pudiera abrir la puerta, Alfa Celestus entró al lugar. Miré mis pies, así que parecía como si estuviera inclinando la cabeza. El Alfa de cuarenta años me lanzó una mirada cruel, se acercó a la mesa de mi madre y ocupó el asiento donde yo había estado. Era uno de los hombres que odiaba, pues no trataba a las lobas por igual y solo había un entrenamiento básico de defensa para las lobas, que nunca nos ayudaría en una verdadera batalla. Era consciente de que él me consideraba un espécimen débil.

"¿Lo intentaste de nuevo?".

Me estaba haciendo esa pregunta a mí. Era la misma que formulaba cada vez que nos encontrábamos. Si mi madre no fuera una doctora dedicada a la manada, me habría echado hacía mucho tiempo.

Después de todo, ¿quién querría una mujer loba que no podía cambiar?

"Sí, Alfa. Ya lo intenté, pero no pude cambiar", respondí en mi habitual tono de voz, intentando sonar sincera.

Él asintió pensativamente.

"¡Cambia!".

Estaba usando su tono de Alfa conmigo. Fingí estremecerme, pero la verdad era que eso nunca me había afectado. Mi loba resopló ante mi actuación. Mi abuelo había sido un Alfa de una manada pequeña cuando era niña. Luego, lo fusionó con otro pequeño grupo y le cedió su título al joven Alfa. Creo que, como llevo su sangre, por eso no me afectan las órdenes del Alfa, aunque mi madre haya sido su hija menor. Alfa Celestus frunció el ceño y se volvió hacia mi madre, quien también fruncía el ceño.

"Huele a lobo, pero ¿por qué no se está transformando, Keiu?", le preguntó a mi mamá.

"Tal vez su loba necesita tiempo, Alfa. La muerte de sus abuelos le afectó más a su loba".

Mi corazón dio un vuelco cuando ella mencionó a mis abuelos. Alfa lo notó y me miró con lástima. Esas eran las ventajas de ser Alfa: sentidos más agudos. Le di un asentimiento y me di la vuelta para caminar a casa.

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